domingo, septiembre 28, 2025

Terapia cognitivo-conductual islámica: cuando la fe también cura

En la clínica moderna, hablar de psicoterapia suele evocar un sillón, un terapeuta y una conversación donde se analizan pensamientos, emociones y conductas. Pero, ¿qué ocurre cuando la persona que consulta no separa su salud mental de su fe? Para millones de musulmanes en todo el mundo, la religión no es un adorno cultural, sino el marco que da sentido al dolor y a la esperanza. De ahí surge la terapia cognitivo-conductual islámica (ICBT): una adaptación de la terapia cognitivo-conductual clásica que integra valores, prácticas y textos sagrados del Islam como parte del tratamiento.

La lógica es sencilla y poderosa: si los pensamientos influyen en las emociones y en las conductas, ¿por qué no aprovechar también aquellos pensamientos que provienen de una tradición espiritual viva y significativa para el paciente? No se trata de predicar, ni de imponer dogmas, sino de reconocer que la psicoterapia es más eficaz cuando dialoga con las creencias que ya habitan en el corazón.

En estas adaptaciones, los conceptos centrales del Islam funcionan como recursos psicológicos. La paciencia (sabr) se convierte en estrategia de regulación emocional. La gratitud (shukr) refuerza la activación conductual y la valoración de lo cotidiano. La confianza en Dios (tawakkul) ayuda a moderar pensamientos catastrofistas y a tolerar la incertidumbre. Incluso las oraciones y recitaciones pueden incorporarse como ejercicios de respiración, de atención plena o de autoafirmación, siempre con el consentimiento y la convicción del paciente.

Algunos programas desarrollados en hospitales de países musulmanes han estructurado la terapia en diez sesiones: desde la activación conductual hasta la prevención de recaídas, pasando por el desafío cognitivo de pensamientos negativos, el trabajo con la pérdida y la exploración de emociones espirituales como la culpa o la desesperanza. Todo ello acompañado de versículos coránicos y hadices seleccionados no para imponer una moral, sino para iluminar alternativas de pensamiento más adaptativas.

No es la primera vez que la psicología y el Islam se encuentran. En el siglo IX, Abu Zayd al-Balkhi ya distinguía entre trastornos físicos y del alma, y proponía estrategias de pensamiento para superar el miedo, la tristeza o las obsesiones. Su obra Sustento del cuerpo y del alma es citada hoy como antecedente de la psicoterapia cognitiva.

Los beneficios de esta integración parecen claros: mejor adherencia al tratamiento, más confianza en el terapeuta y una sensación de coherencia entre vida espiritual y vida psicológica. Pero también hay riesgos. El primero: la diversidad interna del Islam, que hace que lo que es válido para un creyente pueda ser problemático para otro. El segundo: el peligro de usar la terapia como vehículo de moralización religiosa, lo que socavaría la autonomía del paciente. Y el tercero: la falta de suficiente evidencia científica robusta —aunque ya existen ensayos prometedores— que respalde con fuerza su eficacia frente a la TCC estándar.

Aun así, la terapia cognitivo-conductual islámica señala un camino que probablemente será cada vez más frecuente: la psicología sensible a la cultura y a la fe. El dolor humano no ocurre en el vacío. Ocurre en contextos, lenguas, comunidades, narrativas. Y cuando la psicoterapia sabe escuchar esas narrativas —ya sean religiosas, filosóficas o culturales—, puede convertirse en un espacio donde ciencia y espiritualidad no se excluyen, sino que se acompañan.

Porque en el fondo, la pregunta no es si la fe cura o no. La pregunta es cómo podemos integrar todos los recursos disponibles —biológicos, psicológicos, sociales y espirituales— para que las personas sufran menos y vivan con mayor plenitud.


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