jueves, septiembre 11, 2025

Neurodiversidad: cuando el cerebro individual se convierte en sujeto colectivo

En apariencia, la neurodiversidad es una cuestión de neuronas, sinapsis y química cerebral. Un fenómeno puramente individual: tu atención, tu manera de procesar estímulos, tu forma de hablar, tu memoria. Sin embargo, algo curioso está ocurriendo: esas condiciones que nacen en el cerebro —TDAH, autismo, dislexia, altas capacidades— están dando lugar a algo que trasciende al individuo. Están generando sujetos colectivos. Comunidades que piensan, sienten y actúan como un “nosotros” emergente.

No es un club exclusivo, ni un invento de las redes. Es un proceso de individuación psíquico-colectiva, como diría Gilbert Simondon: lo transindividual —ese sustrato de afectos, relatos y experiencias compartidas— se activa y empieza a funcionar como organismo social. El auge actual de la neurodiversidad es, en este sentido, más parecido a un movimiento cultural que a una categoría clínica.


Del diagnóstico a la identidad colectiva

El término neurodiversidad fue acuñado en los años 90 por Judy Singer, pero desde 2010 y, especialmente, en 2024-2025, ha experimentado un ascenso vertiginoso. Ya no se habla solo de “trastornos” que hay que corregir, sino de variaciones naturales del cerebro humano que siempre han existido.

La narrativa médica, centrada en “curar”, convive ahora con una narrativa de aceptación, que reivindica que los entornos se adapten a la diversidad en lugar de forzar la normalización.

La estadística es llamativa: en lugares como Cataluña, el alumnado con necesidades educativas especiales ha crecido un 60% en apenas seis años. No solo por TDAH y TEA, sino también por altas capacidades y dislexia. ¿Más diagnósticos por mayor conciencia? ¿Efecto del entorno digital? ¿Relajación de criterios? El debate está servido.


Lo transindividual en acción

Las comunidades neurodivergentes funcionan como “multitudes” en el sentido que le dan Hardt y Negri: redes dinámicas donde las singularidades se conectan sin perder su individualidad. Un autista de alto funcionamiento que practica masking, un adulto con TDAH que busca espacios de trabajo flexibles, una persona con dislexia que diseña sistemas visuales para organizarse… todos participan en un mismo pulso colectivo.

Este sujeto grupal no es homogéneo. Dentro de un mismo espectro hay experiencias opuestas: el autismo puede ser limitante en un contexto, pero una ventaja en otro (hiperenfoque, pensamiento no lineal, procesamiento sensorial único). El TDAH puede ser un desafío en la escuela, pero una fuente de creatividad e intuición en entornos flexibles.


Lenguaje y orgullo

El cambio de lenguaje es un buen termómetro del cambio cultural. Se prefiere decir “persona autista” en lugar de “persona con autismo”; “condición” en vez de “trastorno”. Este giro no es semántico: es político y emocional. Refuerza la identidad, fomenta el orgullo y legitima la participación activa en la construcción de entornos adaptados.

Por supuesto, hay riesgos: la “romantización” en redes y series puede trivializar el impacto real de estas condiciones, diluyendo la visibilidad de quienes requieren apoyos intensivos. Pero también hay oportunidades: estas mismas plataformas han permitido que muchas personas encuentren comunidad, recursos y un sentido de pertenencia.


Más que adaptación: evolución colectiva

El auge de la neurodiversidad no es solo una cuestión de inclusión; es un laboratorio vivo de adaptación social. Los colectivos neurodivergentes plantean preguntas urgentes:

  • ¿Cómo diseñar escuelas que no castiguen la atención divergente?

  • ¿Cómo crear entornos laborales donde la hipersensibilidad sensorial no sea una desventaja?

  • ¿Cómo traducir diferencias cognitivas en potencias colectivas?

La paradoja es evidente: lo que parece solo un fenómeno individual y neurológico es, también, una palanca para la evolución del nosotros. No para uniformarnos, sino para ampliar la gama de maneras de estar en el mundo.

En este sentido, la neurodiversidad no es un problema que resolver, sino una fuerza cultural que nos obliga a repensar qué significa ser humano… y a quién incluimos en ese “nosotros” que estamos construyendo.


Si quieres, puedo preparar una versión expandida con viñetas de casos reales que muestren cómo se vive este fenómeno tanto en la esfera individual como en la colectiva. Creo que eso lo haría todavía más visual y fácil de leer.




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