jueves, septiembre 11, 2025


La realidad fantasía social

Vivimos en un mundo donde lo que llamamos realidad está cada vez más atravesado por la fantasía compartida. No se trata solo de películas, series o videojuegos; también la economía, la política y las redes sociales se alimentan de ficciones colectivas que sostenemos como si fueran hechos sólidos. El dinero, por ejemplo, no es más que un acuerdo simbólico; una promesa de valor que todos aceptamos porque creemos en ella. Las naciones, con sus banderas y fronteras, son relatos compartidos. Y hasta la idea de “yo” que cada persona proyecta en internet es, en gran medida, una narrativa cuidadosamente editada.

La realidad fantasía social funciona como un escenario teatral gigantesco, en el que todos actuamos con convicción para que la obra no se derrumbe. Si dejáramos de creer en el guion —si de pronto las personas dejaran de otorgar valor a los billetes, o a las elecciones, o a las modas— el mundo que conocemos se desplomaría en cuestión de horas. La paradoja es que lo intangible es lo que más sostiene lo tangible.

El problema surge cuando olvidamos que estamos dentro de una obra. Confundimos los decorados con el suelo firme, y entonces sufrimos al ver que lo que pensábamos eterno se tambalea con una crisis financiera, un cambio de algoritmo o una moda cultural pasajera. La fantasía compartida se convierte en cárcel.

Pero hay otra cara luminosa. Saber que la realidad está construida sobre relatos nos devuelve poder. Si todo depende del consenso, podemos inventar nuevas ficciones sociales, más justas, más humanas, más sostenibles. Podemos decidir qué tipo de escenario queremos sostener y qué personajes queremos encarnar. La imaginación deja de ser un lujo para transformarse en un recurso político y existencial.

La realidad fantasía social, entonces, no es un engaño. Es el tejido mismo de la vida en común. Somos animales que cuentan historias y que creen en ellas hasta volverlas sólidas. El desafío es mantener la conciencia despierta: no perder de vista que bajo cada relato late la posibilidad de otro, y que nuestra tarea no es aferrarnos al decorado, sino aprender a habitar creativamente el teatro infinito de lo humano.


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