jueves, septiembre 11, 2025

La fulguración de la mente: las experiencias cumbre

Hay momentos en la vida en que la conciencia se ilumina como un relámpago. No llegan con aviso ni se pueden forzar a voluntad, pero cuando irrumpen transforman todo: la mente se abre, los límites se disuelven, y lo que parecía cotidiano adquiere un resplandor inédito. A eso Abraham Maslow los llamó experiencias cumbre: instantes en los que sentimos que todo encaja, que la vida se justifica por sí misma, que el sentido no se busca, sino que nos encuentra.

Son fulguraciones de la mente, estallidos de lucidez y belleza que marcan un antes y un después. Pueden nacer en un concierto, en una cima de montaña, en el silencio absoluto de una respiración profunda, o en un abrazo. Su rasgo esencial no es el contexto, sino la intensidad con que nos hacen sentir parte de algo más vasto que nosotros mismos.

El efecto del relámpago

Lo que distingue a estas vivencias no es su duración —pueden ser segundos— sino la huella que dejan. La memoria las conserva como puntos de referencia: faros interiores a los que volvemos cuando la rutina amenaza con vaciarnos. El cerebro las registra con una fuerza similar a los traumas, pero en sentido positivo: reorganizan prioridades, ensanchan la percepción, modifican la escala de valores.

Es como si la mente, normalmente fragmentada, de pronto se viera entera. Como si las piezas dispersas de nuestra biografía se reunieran en una sola imagen luminosa.

El riesgo de la trampa

Sin embargo, hay que distinguir entre la experiencia genuina y la persecución obsesiva del “subidón”. No se trata de coleccionar cumbres como trofeos, ni de exigirle a la vida una sucesión constante de epifanías. El peligro es confundir la fulguración con la adicción al exceso: querer repetir a toda costa lo irrepetible. Cuando eso ocurre, lo extraordinario se degrada en búsqueda compulsiva.

La clave no está en retener la cima, sino en permitir que la bajada también nos enseñe. El valle es donde se integra lo vivido, donde la memoria convierte el destello en guía.

Un recurso para la resiliencia

Diversos estudios en psicología positiva sugieren que quienes recuerdan y valorizan sus experiencias cumbre desarrollan mayor capacidad de resiliencia. No es casual: esos momentos sirven como “anclas” en tiempos de dificultad. Recordar una fulguración no la convierte en menos real; al contrario, es como encender una chispa de lo vivido en el presente.

En el adulto con TDA-H, por ejemplo, las experiencias cumbre pueden ser un recurso poderoso: un recordatorio de que, más allá de la dispersión o la frustración, existe un potencial de conexión y plenitud.

El arte de disponerse

No podemos fabricar la fulguración, pero sí podemos preparar el terreno. Cuidar la fisiología —dormir, respirar, mover el cuerpo—. Abrirse al asombro en lo simple. Dar espacio al silencio. Practicar la atención plena no como disciplina rígida, sino como una disposición curiosa hacia lo inesperado.

La fulguración de la mente es el relámpago que corta la noche, pero también es la noche misma que le da sentido. La vida no son solo las cumbres, pero las cumbres nos recuerdan por qué merece la pena recorrer los valles.




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