jueves, septiembre 11, 2025

Se cae el arco reflejo

El arco reflejo fue durante mucho tiempo un arco de triunfo de la neurociencia. Una construcción elegante y clara: el estímulo entra, viaja por una neurona sensorial, hace sinapsis en la médula espinal y de inmediato, como respuesta automática, otra neurona motora ordena un movimiento. Un circuito simple, cerrado, previsible. Era como pasar bajo un arco sólido de piedra, que organizaba el flujo de la vida nerviosa bajo su geometría impecable.

Pero todo arco, por monumental que parezca, es también frágil. Basta una fisura en su lógica, un desplazamiento en las piedras de su base, para que empiece a tambalear. Y eso fue lo que ocurrió con el arco reflejo: la neurociencia del siglo XX descubrió que no era tan simple, que entre estímulo y respuesta había modulaciones, interferencias, contextos, memorias, significados. El arco empezó a agrietarse.

La metáfora del reflejo como un pasaje único —entrada y salida, causa y efecto— se vino abajo cuando emergieron ideas más complejas. Humberto Maturana, por ejemplo, propuso que el sistema nervioso no es un circuito lineal, sino una red cerrada de interacciones, donde lo que importa no es el estímulo que “entra”, sino la manera en que el organismo reorganiza sus propias coherencias internas. La conducta no sería una respuesta a un input, sino una danza con el medio, una coreografía de acoplamientos estructurales.

De repente, el arco reflejo ya no era un monumento triunfal, sino una ruina pedagógica: útil para mostrar los fundamentos, pero insuficiente para sostener el edificio de la vida. Como si la neurociencia hubiera tenido que atravesar ese portal para luego descubrir que al otro lado no había una avenida recta, sino un laberinto de conexiones.

Otros pensadores también aportaron piedras nuevas a esta reconstrucción. Donald Hebb habló de las sinapsis que se fortalecen con la experiencia, mostrando que la memoria y el aprendizaje son parte de la arquitectura misma del cerebro. Gerald Edelman habló de la selección neuronal, como si las redes fueran ecosistemas en evolución. Francisco Varela, junto a Maturana, insistió en la autopoiesis: los sistemas vivos se producen y se explican a sí mismos.

Hoy sabemos que no hay un arco único, sino miles, millones, que se entrelazan en bóvedas cambiantes. Y que la vida no fluye bajo una estructura rígida, sino dentro de una catedral orgánica en perpetua construcción. El arco reflejo se desplomó, pero de sus piedras se levantaron nuevas formas de pensar: más flexibles, más complejas, más humanas.

Aquí aparece una clave para comprender el TDAH en el adulto. Durante mucho tiempo se pensó que la atención era un simple reflejo: un estímulo suficientemente fuerte captaría la mente, como un golpe de martillo en la rodilla hace saltar la pierna. Pero la experiencia clínica y la investigación muestran lo contrario. En el TDAH, la atención no responde mecánicamente: se dispersa, se hiperfocaliza, se enciende ante lo novedoso, se apaga en la rutina. No es un arco reflejo que asegura el mismo resultado, sino un mosaico de arcos inestables que se caen y se reconstruyen a cada instante.

Maturana ayuda a entenderlo: la persona con TDAH no responde de manera lineal a un estímulo externo, sino que se mueve en coherencias internas que muchas veces el entorno no comprende. Lo que parece falta de control puede ser, en realidad, otro tipo de danza con el medio: más caótica, más sensible, más imprevisible. Y aquí, cuando el arco reflejo cae, emerge la oportunidad de pensar el TDAH no como un déficit, sino como una forma distinta de organización del sistema nervioso.

En la práctica, esto significa que no se puede esperar que un adulto con TDAH responda siempre con la misma fórmula a la misma tarea. No es un mecanismo de causa y efecto. Es una red viva que requiere contextos de apoyo, variabilidad de estímulos, descansos, movimiento, juego. Si seguimos esperando un reflejo perfecto, nos frustramos; si entendemos que estamos frente a una catedral en construcción, podemos acompañar sus ritmos y aprovechar su creatividad.

Porque comprender el TDAH en el adulto no es mirar un triunfo esculpido en mármol, sino aprender a habitar un espacio vivo, que se rehace a cada instante, con cada experiencia, con cada gesto, con cada mirada.




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