La jugada oculta
En 2016, una máquina venció al mejor jugador de Go del mundo.
No fue por fuerza bruta.
Fue por una jugada extraña, incomprensible, casi ridícula.
Los comentaristas la llamaron error.
Cincuenta movimientos después, quedó claro: era la clave de la victoria.
El pasado también juega así.
Hace quinientos años, dos mundos colisionaron.
España traía un cristianismo tardomedieval, rígido, en vísperas de su Renacimiento.
América guardaba sus propias formas de espiritualidad y conocimiento.
El choque fue brutal.
Pareció derrota total.
Templos arrasados.
Dioses prohibidos.
Medicina y lenguas reducidas a silencio.
Pero algo pasó en el intersticio.
Lo prohibido se mezcló con lo impuesto.
Un santo fue también un dios antiguo.
Un rezo escondía el poder de una planta.
Una fiesta patronal seguía el ritmo secreto de la luna.
Era sincretismo.
Era resistencia.
Era una jugada que nadie valoró.
La academia lo despreciaba como superstición.
Los sacerdotes lo toleraban como desvío menor.
Los filósofos lo ignoraban como folklore.
Nadie vio su alcance.
Nadie supo que esa mezcla absurda podía ser semilla.
Hoy, el tablero es otro.
Occidente se vacía de sentido.
La ciencia ilumina, pero no acompaña.
La religión dogmática se desmorona.
El cuerpo pide lugar.
La naturaleza exige respeto.
La comunidad reclama espacio frente al individuo.
De pronto, lo que estaba oculto respira.
La sabiduría mestiza, híbrida, sin miedo a la contradicción.
Cristianismo popular, espiritualidad indígena, fiesta, canto, medicina, intuición.
Una espiritualidad que nunca necesitó pureza.
Que no separa lo sagrado de lo cotidiano.
Que no explica, pero cura.
Que no debate, pero une.
Tal vez estamos en la jugada cincuenta.
Aquella mezcla que parecía derrota muestra ahora su fuerza.
Lo que fue ruina, hoy es semilla.
Lo que fue residuo, hoy es fruto.
Lo que parecía superstición, hoy es sabiduría necesaria.
No se trata de volver al pasado.
No se trata de purificar la memoria.
Se trata de reconocer que la jugada ya está en el tablero.
Y que el futuro espiritual de América —y quizá del mundo—
nace de esa jugada oculta que la historia jugó en silencio.