jueves, septiembre 11, 2025

Debate sobre el debate mismo: dos voces que discuten si el debate es el camino a la verdad o una trampa retórica que aplasta otros modos de pensar.


Escena:

Dos interlocutores frente a frente.
El público espera.
La cuestión es simple y peligrosa: ¿sirve el debate para encontrar la verdad?


A (defensor del debate):
El debate es el arte supremo. Es el lugar donde las ideas se prueban, se cuestionan, se fortalecen. Sin debate, solo hay dogma o intuición ciega. La palabra enfrentada es la garantía de que no nos engañamos a nosotros mismos.

B (crítico del debate):
No. El debate es un teatro. No gana la verdad, gana la destreza retórica. Es un ring donde el más hábil con las palabras humilla al que sabe sin poder explicarlo. El ciempiés deja de caminar porque alguien le preguntó demasiado.

A:
Pero sin esa exigencia, ¿cómo diferenciar entre conocimiento y superstición? Si no puedo argumentar mi saber, ¿por qué debería aceptarlo otro?

B:
Porque hay saberes que se muestran en la acción. ¿Necesita un danzante explicar cada músculo para demostrar que baila? ¿Necesita un curandero traducir su lengua a latín para que la planta sane? El debate coloniza lo que no cabe en palabras.

A:
Entonces, ¿renunciamos a la crítica? ¿Dejamos que cualquier intuición, cualquier tradición, reclame ser verdad solo porque “funciona” en su terreno?

B:
No. Lo que digo es que el debate no es el único modo de crítica. La experiencia, la práctica, la prueba empírica en el cuerpo y en la comunidad también son crítica. El problema es cuando el debate se vuelve monopolio: cuando la palabra mata a la intuición, cuando el discurso despoja al gesto.

A (con ironía):
Y fíjate en la paradoja: ahora mismo, para criticar al debate, ¡estamos debatiendo!

B (con una sonrisa amarga):
Exacto. Y por eso este debate ya está perdido: porque lo que quiero decir solo podría mostrarse callando, haciendo, curando, bailando. El verdadero contra-argumento no está en mis palabras, sino en mi silencio.


👉 Así el debate sobre el debate se revela como un círculo: para cuestionar el debate hay que entrar en él, y al entrar, ya se está atrapado.



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