La historia de la ciencia como edición móvil
En la versión tradicional, la historia de la ciencia se cuenta como una línea evolutiva: de la magia a la filosofía, de la filosofía a la ciencia, de lo precientífico a lo científico. Es el relato de un progreso continuo y acumulativo.
Pero en la práctica, la historia de la ciencia se parece más a una edición constante. Cada presente selecciona qué episodios recordar y qué episodios olvidar, qué figuras convertir en héroes y qué tradiciones relegar como superstición. El pasado no está fijo: se recompone según los intereses, las tensiones y las sensibilidades de cada época.
Así, Giordano Bruno puede aparecer como mártir de la ciencia, como místico delirante o como precursor de la cosmología contemporánea, según quién lo narre. Lo mismo ocurre con la alquimia, la astrología o incluso con teorías científicas ya abandonadas: unas veces se muestran como pasos necesarios, otras como errores, y otras como semillas que aún germinan en campos distintos.
La epistemología inspirada en la neurodiversidad —y en particular en la experiencia TDA-H— resuena con esta no linealidad. El sujeto en movimiento no ordena sus ideas como una cadena recta, sino como constelaciones que se reconfiguran según la posición desde la que se miren. En este sentido, la historia de la ciencia no es distinta a la mente que la piensa: ambas son móviles, editables y no lineales.