jueves, septiembre 11, 2025

El creador encadenado: cuando la energía infinita necesita un traje

Había un grupo de artistas que cada fin de semana se reunían sin más plan que la pura necesidad de crear. A veces inventaban una canción improvisada, otras veces aparecía una coreografía que no volvería a repetirse jamás. Cada encuentro era distinto, irrepetible, un volcán en erupción. Los participantes se multiplicaban, entraban y salían, traían locura, ideas, disfraces. Era un caos fértil, como un bosque lleno de especies que germinan sin pedir permiso.

Pero llegó un productor. El público empezaba a crecer, pero no entendía tanto desorden. Para que aquello pudiera convertirse en un musical estable, había que tomar decisiones. Reducir integrantes. Asignar a cada uno un personaje fijo, un color definido, un vestuario que nunca cambiara. Lo que había sido torrente se transformó en un río canalizado. Se perdió espontaneidad, pero se ganó claridad. El grupo dejó de ser un laboratorio infinito para convertirse en un espectáculo vendible.

Esta historia encierra una paradoja que cualquier persona muy creativa conoce en carne propia: para llegar a la masa, muchas veces hay que simplificar, incluso sacrificar. Y aunque la palabra sacrificio suene dura, es real: cada vez que un creador elige una forma, está dejando afuera cientos de otras posibilidades.


El espejo del TDA-H adulto

El TDA-H en la adultez es, en cierto sentido, ese grupo original: una explosión de energía, ideas, impulsos y posibilidades. Cada semana puede nacer un proyecto nuevo, cada conversación puede disparar tres caminos distintos, cada espacio vital se llena de objetos, papeles, libros, instrumentos, aplicaciones. El problema no es la falta de creatividad, sino el exceso.

El adulto con TDA-H se reconoce en ese grupo antes del productor: improvisaciones brillantes, chispa constante, intensidad inagotable… y al mismo tiempo, dificultad para sostener una forma que otros puedan seguir. Como aquel público que se perdía en las coreografías siempre distintas, los demás —jefes, parejas, compañeros— muchas veces no logran seguir el ritmo interno del adulto con TDA-H.

Y entonces aparece el “productor” de la vida real: un jefe que exige resultados consistentes, una pareja que pide orden, una sociedad que reclama coherencia. Ese productor recorta, limita, canaliza. A veces con violencia, a veces con ternura, pero siempre con la intención de hacer que el caos se convierta en algo reconocible.


El precio de la unidad

El precio es alto: la persona muy creativa, y especialmente la persona con TDA-H, siente que pierde parte de sí misma en el intento de encajar. Tener que vestir siempre el mismo traje, responder siempre de la misma manera, llevar un solo color, puede vivirse como una mutilación. Lo que antes era torrente ahora se siente como un canal angosto que apenas deja pasar una corriente mínima.

Los problemas son evidentes:

  • Cansancio creativo: repetir lo mismo mata la chispa, y lo que antes era entusiasmo se convierte en obligación.

  • Frustración interna: las ideas que no encuentran espacio se acumulan como objetos en una habitación sin orden, generando ansiedad.

  • Desconexión con la obra: la persona empieza a sentir que lo que muestra al mundo es apenas una caricatura de su verdadero potencial.

Y sin embargo, el sacrificio no es del todo negativo. La simplificación también es un puente. Sin ese productor que recortó y ordenó, aquel grupo nunca habría llegado a un escenario. Sin cierto grado de estructura, el adulto con TDA-H corre el riesgo de quedarse atrapado en la espiral infinita de proyectos que empiezan y nunca terminan.


Aprender a convivir con la paradoja

La clave, entonces, no es elegir entre caos o orden, entre creatividad absoluta o disciplina rígida. La clave está en convivir con la paradoja.

Un adulto con TDA-H puede aprender a vivir en dos capas:

  1. El núcleo simplificado: elegir una línea de trabajo, un estilo reconocible, un proyecto principal que sea comprensible para los demás. Esa es la cara visible, la editorial, el traje que se muestra al mundo.

  2. El laboratorio secreto: mantener espacios de exploración libre, donde la creatividad no tenga que rendir cuentas. Allí pueden nacer locuras, improvisaciones, coreografías imposibles. No tienen que ser publicadas: basta con que mantengan viva la energía.

De esta manera, lo que llega a la masa no es una renuncia, sino una traducción. La unidad de estilo no mata la creatividad, la convierte en un lenguaje común. El público necesita símbolos estables, y el creador necesita libertad interna. Ambas cosas pueden coexistir si se acepta que hay momentos para mostrar y momentos para experimentar.


El papel del círculo

Aquí entra otro factor decisivo: el círculo social. Un adulto con TDA-H que vive rodeado de personas que solo señalan lo que falta o lo que se repite, sentirá la editorial como una cárcel. Pero si su círculo entiende la importancia de tener un laboratorio paralelo, la simplificación deja de ser mutilación y se convierte en estrategia.

No es lo mismo un productor que corta por cortar que un productor que protege la esencia del grupo y la traduce para el público. Tampoco es lo mismo una pareja que exige orden para control que una pareja que ayuda a dar forma sin apagar la chispa.

El adulto con TDA-H necesita, más que nadie, rodearse de personas que sepan reconocer la riqueza del caos y al mismo tiempo acompañar el esfuerzo de canalizarlo. Porque el problema no es el traje en sí, sino usarlo como si fuera la piel definitiva.


Creatividad como río

Podría pensarse así: la creatividad es un río. Si no tiene cauce, se dispersa en charcos. Si el cauce es demasiado estrecho, se ahoga. La convivencia posible está en aceptar que el cauce cambia: a veces ancho, a veces estrecho, pero siempre en movimiento.

El adulto con TDA-H no debe renunciar a su torrente interno, pero tampoco puede esperar que los demás vivan en un delta inabarcable. El pacto es claro: crear cauces temporales, narrativas simplificadas, personajes estables. No para matar la creatividad, sino para que el agua llegue más lejos.


Conclusión: el traje y la chispa

El creador necesita aceptar que cada vez que muestra algo al mundo, se pone un traje. Ese traje nunca contendrá todo lo que es. Pero no por ello la chispa original se pierde. Al contrario: el traje es la manera de que esa chispa pueda viajar, multiplicarse y resonar en otros.

El adulto con TDA-H debe recordar que simplificar no es rendirse, sino construir puentes. Lo importante es que, debajo de cada color fijo y cada personaje asignado, siga latiendo la energía infinita que un día improvisó una coreografía imposible.

Porque al final, el público necesita unidad, pero el creador necesita movimiento. Y vivir en esa tensión —sostener el traje sin apagar la chispa— es el verdadero arte de convivir con la propia creatividad.



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