jueves, septiembre 11, 2025

Del silencio de la roca al vértigo del scroll

Hubo un tiempo en que el Espíritu buscaba su reflejo en la inmovilidad.
El sabio sentado sobre una roca, bajo un árbol, frente al desierto o la montaña, representaba la figura más alta de la conciencia.
Allí, en el silencio, en la repetición de un mantra o en la contemplación de un horizonte, el Espíritu se reconocía en la quietud.
Era el Absoluto como calma.

Esa imagen persistió siglos: el eremita, el místico, el meditador.
La sabiduría estaba ligada a la capacidad de detener el mundo, de concentrar la atención en lo eterno, de abstraerse del flujo de los acontecimientos.
El presente absoluto era una respiración profunda, una roca que no se mueve.

Hoy, el Espíritu parece haberse desplazado a otro escenario.
Ya no habita en la roca, sino en la pantalla.
Ya no se revela en el silencio, sino en el ruido.
El Absoluto no se encuentra en la calma, sino en el movimiento perpetuo del dedo que desliza hacia arriba.

TikTok se ha convertido en el teatro del presente absoluto.
Un flujo ininterrumpido de instantes que se devoran a sí mismos.
Cada video promete totalidad —la risa que lo explica todo, la confesión que lo revela todo, el baile que lo resume todo—, pero inmediatamente es negado por otro.
El Espíritu ya no se reconoce en la contemplación del Uno, sino en la multiplicación infinita de lo fragmentario.

Si antes el sabio era la encarnación del Espíritu, hoy lo es el usuario anónimo que, sin saberlo, entrega su tiempo al scroll infinito.
Su meditación no es sobre una roca, sino sobre un feed.
Su mantra no es un sonido sagrado, sino el loop de diez segundos.
Su presente absoluto no es silencio, sino dopamina.

Y, sin embargo, hay continuidad.
El Espíritu siempre buscó reconocerse en las formas de la conciencia.
Lo hizo en el templo, en la roca, en la filosofía.
Hoy lo hace en un algoritmo que organiza nuestras contradicciones y nos las devuelve como espectáculo.

El sabio antiguo cerraba los ojos para encontrar al Absoluto.
Nosotros los mantenemos abiertos, pero hipnotizados por el brillo de una pantalla.
Quizá el Espíritu no ha desaparecido.
Solo ha cambiado de escenario.



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