⭐ Las Siete Hermanas: una historia antigua para una mente moderna
En el corazón del desierto australiano, entre piedras calientes y senderos invisibles, viajan siete mujeres. No lo hacen en silencio ni solas: van cantando, danzando, nombrando los lugares por los que pasan. Cada grieta, cada roca, cada estrella en el cielo recuerda su paso. Son las Seven Sisters, las Siete Hermanas, protagonistas de una de las historias más antiguas del mundo, tejida desde hace milenios por la memoria viva de los pueblos aborígenes australianos.
Según la tradición, estas mujeres descendieron del cielo durante el Tiempo del Sueño, el Tjukurpa, para caminar por la tierra, enseñar los saberes del alimento, del agua, del cuidado mutuo. Pero no viajaban en paz: un hombre, Wati Nyiru, las perseguía. Su deseo de poseer a una de ellas rompía las reglas ancestrales del parentesco y la armonía. Y así comenzó una persecución que atravesó cientos de kilómetros, decenas de generaciones y, finalmente, el cielo nocturno. Las hermanas se transformaron en las Pléyades, estrellas que huyen eternamente de Orión, donde vive el cazador convertido en constelación.
Esta historia no es solo mito ni entretenimiento. Es una forma de almacenar conocimiento sin papel, sin lápiz, sin disco duro. Es un mapa oral, un calendario ecológico, una guía moral. Cada parte del relato está anclada a un lugar físico, a un gesto corporal, a un ritmo cantado. Es lo que el estudioso Walter Ong llamaría “oralidad primaria”: culturas que no escriben, pero que piensan y transmiten con una profundidad que no depende del texto, sino del cuerpo, la voz, el paisaje.
Ahora bien, ¿qué relación puede tener esto con un adulto moderno, que lidia cada día con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, el llamado TDA-H?
Quizá más de lo que parece.
El adulto con TDA-H vive muchas veces en un mundo que no está hecho para él. Un mundo que exige linealidad, concentración prolongada, silencio, texto. Pero su mente no funciona así. Tiende a la distracción, a la asociación libre, al movimiento constante. Es una mente que a menudo huye… pero que, como las Siete Hermanas, huye por sabiduría, no por debilidad. Una mente que, si encuentra el canto adecuado, puede recordar, resistir y reinventarse.
Porque lo que para la lógica escolar es un “problema de atención”, en la lógica ancestral podría ser simplemente otra forma de saber: una mente preparada para captar lo nuevo, para sobrevivir en entornos cambiantes, para aprender a través del cuerpo, del juego, de la imagen y la emoción. En otras palabras, una mente que podría haber sido un brillante narrador, caminante, cuidador de songlines en el desierto.
Hoy, esa mente puede recuperar algo de esa sabiduría. No necesita desertar de la modernidad, pero sí puede construir su propio “camino de canciones”. Puede transformar su espacio cotidiano en una constelación viva: cada objeto un recuerdo, cada paso una decisión, cada gesto un acto de atención. Puede crear su versión moderna del viaje de las Siete Hermanas: convertir cada día en una etapa, cada tentación en un Wati Nyiru, cada victoria en una estrella.
Las Siete Hermanas, entonces, no solo nos enseñan a recordar. Nos enseñan a movernos con sentido. A huir de aquello que nos quiere poseer y a subir, cuando hace falta, hacia el cielo de nuestra propia memoria encarnada.