🪨 Cuando moverse duele: el cuerpo que aprendió que actuar es peligroso
Por Jorge Orrego Bravo, psicólogo especializado en neurodiversidad
🔹Resumen
Muchas personas con TDA-H no están simplemente desmotivadas: están condicionadas por la frustración. No es que no quieran actuar, es que su cuerpo ha aprendido —a fuerza de errores, críticas, expectativas desbordadas o falta de resultados visibles— que hacer algo suele salir mal, doler o no dar frutos. Entonces no se trata de “pereza”, sino de un reflejo defensivo: una parálisis aprendida. Este ensayo explora cómo esa inhibición se encarna, cómo descondicionarla, y cómo volver a confiar en la acción como vía de expresión, reparación y sentido.
🧊 1. El cuerpo que se inmoviliza para no sentir
Cuando hay una historia repetida de frustración, crítica o fracaso en las tareas más cotidianas (terminar algo, ordenar, entregar a tiempo, cumplir con una estructura), el cuerpo empieza a anticipar que hacer = fracasar.
Y como mecanismo de protección, deja de hacer.
No por flojera. No por falta de voluntad. Sino porque cada intento se ha asociado a un microtrauma: vergüenza, ansiedad, caos, sensación de incompetencia.
Es un cuerpo que no está “quieto”. Está congelado.
🔁 2. Evitar el error es evitar el movimiento
En muchas infancias con TDA-H, actuar era sinónimo de hacerlo “mal”: moverse demasiado, hablar de más, interrumpir, olvidarse de cosas, no lograr el nivel esperado. Con el tiempo, el mensaje implícito se graba en lo más profundo del cuerpo:
“Si actúas, te equivocas. Si te equivocas, te humillas. Mejor quédate quieto.”
Y aquí está la trampa:
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No hacer nada alivia momentáneamente la ansiedad.
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Pero aumenta la culpa a largo plazo.
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Y refuerza la idea de que el cuerpo no sirve para avanzar.
Es una auto-profecía encarnada.
🧩 3. Reconstruir la relación entre acción y significado
El trabajo no es solo cognitivo. Es también sensorial, motor y emocional.
La clave es reeducar el cuerpo para que empiece a registrar que:
“Actuar puede ser seguro.
Moverme puede no doler.
Terminar algo puede ser gratificante.”
¿Cómo se hace eso?
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Microacciones que no superen el umbral de amenaza.
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Celebración corporal de lo mínimo: una lista tachada, una taza lavada, un correo enviado.
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Apoyo externo que no juzgue el ritmo, sino que lo acompañe.
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Y sobre todo: anclar el movimiento en el placer, no en el deber.
🔨 4. El logro empieza cuando lo pequeño se vuelve sagrado
Para alguien con TDA-H, el gran cambio no es lograr una meta enorme, sino romper la parálisis inicial. Y para eso se necesita una pedagogía radicalmente distinta: una que devuelva dignidad a lo más pequeño.
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Cambiar de postura.
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Abrir la ventana.
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Anotar una idea.
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Poner una alarma.
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Contar hasta tres y empezar.
Cada gesto interrumpe el patrón corporal que asocia movimiento con dolor.
Y lo resignifica: moverse = posibilidad.