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Cuando la mente ya flota: por qué el psicoanálisis puede naufragar en adultos con TDA-H
Por atencion.org
Hay personas que no necesitan aprender a dejar flotar su atención: su mente ya vive suspendida, errante, dispersa. Para ellas, la famosa “percepción flotante” del psicoanálisis no es una técnica, es una condición de base. No han cultivado ese estado: simplemente nunca han salido de él. Este es el caso de muchos adultos con TDA-H, cuyas mentes funcionan de forma tan asociativa, distraíble e impredecible, que aplicar sobre ellos el modelo clásico de escucha analítica —creado para desarmar resistencias y abrir el inconsciente— puede resultar, irónicamente, una forma de perpetuar el síntoma. En lugar de un espacio de transformación, el diván se convierte en una repetición elegante del mismo desorden interno.
El concepto de atención flotante fue propuesto por Freud como actitud técnica del analista: se trataba de no privilegiar ningún elemento del discurso del paciente, no enfocarse en un contenido sobre otro, y confiar en que el sentido emergería por sí mismo. Es una suerte de pasividad activa, de apertura meticulosa, que permite que el relato fluya y el inconsciente se revele. Pero esta técnica tenía una premisa oculta: que el paciente, desde su lugar, hablara de forma más o menos organizada, lineal, con una conciencia suficientemente estructurada como para que el desvío tuviera valor. Es decir: que hubiese un camino antes de perderlo.
Para muchos adultos con TDA-H, sin embargo, esa estructura narrativa básica no está disponible. No hay relato cohesivo. Lo que aparece es una sucesión de temas interrumpidos, asociaciones fugaces, frases a medio terminar, saltos de contexto, olvidos repentinos y una especie de hiperactividad mental constante. La asociación libre —pieza central del método psicoanalítico— no encuentra límites que la tensionen, ni silencios que la revelen. En lugar de abrir el inconsciente, lo que se produce es una circulación sin destino, una fuga constante del presente psíquico.
Y ahí emerge una paradoja clínica: mientras que el psicoanálisis propone flotar para romper defensas, el adulto con TDA-H ya vive en ese estado flotante, pero sin el anclaje previo que haga significativa la deriva. La falta de foco no libera, sino que impide el trabajo. El diván, entonces, no conduce al insight, sino que muchas veces lo posterga indefinidamente.
Desde esta perspectiva, el fracaso relativo del psicoanálisis en estos casos no habla mal del psicoanálisis, sino de su desajuste estructural ante ciertos perfiles cognitivos. No es una cuestión de profundidad, sino de arquitectura mental. El método se queda corto no porque no sea serio, sino porque presupone un tipo de mente que sabe sostener una idea, elaborar una imagen, o tolerar un vacío sin perderse en él.
Frente a esto, muchas personas con TDA-H encuentran más utilidad en enfoques que ofrecen estructura, feedback inmediato, visualización externa del pensamiento, y cierta directividad amable que les permite sostener la atención en procesos que de otro modo se les escapan. Desde la terapia cognitivo-conductual hasta intervenciones con apoyo visual, pasando por modelos narrativos guiados, mapas conceptuales o el uso de objetos concretos para representar emociones o conflictos, hay un abanico de recursos que puede ofrecer lo que el psicoanálisis clásico no contempla: contención estructural sin perder profundidad.
Quizás, en el futuro, podamos pensar en un diálogo más fértil entre los modelos. Un psicoanálisis que sepa adaptarse al caos sin romantizarlo. Que pueda contener el torrente sin intentar secarlo. Que entienda que flotar no siempre es una técnica: a veces, es el síntoma. Y que para ciertas mentes, la cura comienza no en el desvío, sino en el regreso a un eje.
7 de abril de 2025
Por Jorge Orrego Bravo | atencion.org