Tanto los buenos como los malos hábitos se aprenden bajo el mismo mecanismo, y es una buena noticia
por atencion.org
Una de las grandes revelaciones del coaching para personas con TDA-H es esta: el cerebro no discrimina entre lo que nos ayuda y lo que nos perjudica. Todo hábito, ya sea funcional o disfuncional, sigue el mismo mecanismo básico de aprendizaje. Al principio puede parecer una mala noticia —como si estuviéramos condenados a repetir lo que no nos conviene—, pero en realidad es una puerta abierta: si el sistema que nos enreda es el mismo que puede liberarnos, entonces hay margen para el cambio.
El cerebro actúa por repetición. Registra lo que hacemos una y otra vez, lo automatiza, y luego lo ejecuta con mínima energía. Esa es su eficiencia evolutiva: no tener que pensarlo todo cada vez. Por eso, tanto procrastinar como priorizar, tanto posponer como anticiparse, tanto el auto-boicot como la autogestión… se instalan con el mismo método: práctica, refuerzo, contexto y emoción asociada.
Las personas con TDA-H suelen tener un repertorio de hábitos que fueron funcionales en algún momento, o que surgieron como estrategias de supervivencia. Por ejemplo: dejar todo para último minuto, trabajar con presión extrema, evitar tareas que no generen estímulo inmediato, postergar decisiones, interrumpir procesos porque surgió “algo más interesante”. Esas respuestas fueron aprendidas. No son rasgos esenciales, ni condenas biográficas. Son rutas cerebrales que se activaron una y otra vez. Y por eso pueden reconfigurarse.
Aquí es donde la buena noticia se vuelve tangible: si el hábito se aprendió, entonces se puede desaprender. Y, mejor aún, se puede sustituir por otro. El mecanismo es el mismo. Solo cambia la dirección. En lugar de repetir lo que nos enreda, podemos practicar lo que nos aclara. No se trata de fuerza de voluntad en estado puro, sino de diseñar contextos que nos ayuden a repetir lo que queremos incorporar.
El coaching no propone un “deber ser”, sino una experimentación progresiva. Ayuda a identificar qué patrones están funcionando en piloto automático, cómo se activan y qué microdecisiones los mantienen vivos. Una vez iluminado ese mapa, el trabajo se vuelve más concreto: establecer rutinas pequeñas, consistentes, emocionalmente significativas y ajustadas al modo en que funciona ese cerebro particular. Nada de recetas genéricas. Todo hábito necesita ser cultivado como se cultiva una relación: con atención, paciencia y una mínima cuota de cariño.
Además, cuando entendemos que los buenos hábitos también se aprenden, dejamos de idealizar la idea del talento innato o la autodisciplina espontánea. Lo que parece “natural” en otros suele ser el resultado de años de práctica encubierta. Y eso nos libera de la comparación constante. No hay cerebros mejores, hay cerebros en diferentes etapas de aprendizaje.
Esta visión también alivia la culpa. Porque si un mal hábito fue aprendido, entonces no fue una elección deliberada de hacernos daño. Fue lo que hicimos con los recursos que teníamos. Hoy, con más conciencia y acompañamiento, podemos elegir otro camino. Uno que no niega las dificultades del TDA-H, pero que tampoco las convierte en excusas perpetuas.
La plasticidad del cerebro está de nuestro lado. Cada pequeño avance, cada intento genuino, cada repetición intencional, deja una huella. Y cuando una huella se repite lo suficiente, se convierte en camino.
7 de abril de 2025
atencion.org