El mundo como libro: cómo las culturas orales proyectaban su memoria sobre el paisaje — y lo que eso nos enseña sobre el coaching TDA-H y la neurodiversidad
Ningún sabio necesitó jamás un cuaderno. Antes del alfabeto, antes de la escritura, antes incluso del papel o la tinta, ya había mapas que no se doblaban, canciones que enseñaban a caminar y rituales que valían más que mil instrucciones. Los pueblos sin escritura —lejísimos de ser pueblos sin conocimiento— no solo recordaban, sino que transmitían enormes cantidades de información sobre animales, estaciones, caminos, peligros, cosechas, estrellas y leyes. ¿Cómo? Transformando el mundo mismo en un texto vivo, donde cada piedra, cada curva del río, cada árbol torcido era una palabra en la frase infinita del saber.
El paisaje era el lienzo, y la mente, el pincel. Allí donde nosotros vemos una roca, una cultura oral podía ver un tótem que indicaba la presencia de agua; donde nosotros vemos un cerro cualquiera, ellas veían la nariz de un ser mitológico que marcaba la dirección del norte. Lo que hoy llamamos palacios de la memoria —el método de los loci que algunos atribuyen a los griegos, pero que está inscrito en la arquitectura mental humana desde mucho antes— fue utilizado de manera espontánea por cientos de civilizaciones orales, desde los pueblos australianos con sus songlines, hasta las culturas andinas que dibujaban caminos de sentido sobre las cordilleras.
La investigadora australiana Lynne Kelly, en su libro The Memory Code, muestra cómo estos sistemas de almacenamiento de información eran sofisticados, fiables y profundamente eficaces, y cómo pueblos enteros organizaban su conocimiento del mundo utilizando lugares, rituales, canciones y objetos cotidianos como dispositivos mnemotécnicos. Según Kelly, no se trata de curiosidades exóticas, sino de una tecnología mental poderosa que incluso hoy podría tener aplicaciones prácticas, especialmente para quienes no encajan en los métodos educativos tradicionales.
Memorizar no era un acto solitario. Era comunitario, rítmico, sensorial. Historias, danzas, canciones, dibujos en la tierra, representaciones que podríamos llamar teatro ritual, codificaban no solo cosmogonías, sino manuales de supervivencia disfrazados de mito. En esos rituales no se trataba solamente de conectar con lo divino, sino con lo necesario: cuándo plantar, cuándo cazar, qué frutos eran venenosos, qué animales sagrados, qué camino seguir para no perderse en la vastedad del territorio. Era una forma de cognición extendida, una sinapsis colectiva entre cuerpo, paisaje y relato.
La psicóloga Barbara Tversky, por su parte, ha estudiado ampliamente la relación entre pensamiento espacial, memoria y cognición, y cómo la mente humana estructura la información en función del cuerpo y del entorno físico. Su noción de “cognición situada” coincide notablemente con las prácticas de las culturas orales: no se piensa desde la mente, sino con el espacio, con los gestos, con los recorridos. Su obra Mind in Motion explora cómo la memoria se organiza no en listas abstractas, sino en recorridos corporales y espaciales que activan distintas modalidades cognitivas.
Y aquí es donde el vínculo con el coaching para personas con TDA-H y otras formas de neurodivergencia se vuelve no solo pertinente, sino revelador. Porque muchas de las herramientas que utilizamos para acompañar a una persona neurodiversa —estructuras visuales, narrativas corporales, anclajes espaciales, juego simbólico, ritmos repetitivos— no son invenciones modernas, sino resonancias profundas de cómo siempre ha funcionado la memoria humana en contextos naturales. El cerebro humano, especialmente el cerebro neurodivergente, no memoriza bien datos aislados ni listas abstractas: necesita imágenes vivas, movimiento, música, emoción, metáfora, relación.
Un niño con TDA-H que no puede seguir una clase magistral tradicional, tal vez sí pueda organizar su tiempo si ese tiempo está representado por figuras concretas sobre una mesa, con colores, posiciones, historias, rutas. Alguien que olvida lo que debe hacer por la tarde, tal vez recuerde todo si lo asocia a un recorrido físico, a una secuencia con objetos, a una canción o a un dibujo. Este no es un atajo ni una adaptación “para compensar”: es una forma genuina de pensamiento. El coaching efectivo para el TDA-H no intenta normalizar la mente, sino recuperar su capacidad ancestral de asociar, simbolizar y proyectar el conocimiento sobre el espacio vivido.
La neurodiversidad no es una excepción dentro de la humanidad, sino una memoria viva de sus modos más antiguos de pensar. Lo que hoy llamamos “alternativas” eran, durante milenios, la norma: aprender a través del cuerpo, del ritmo, del juego, de lo visual, de la repetición sensorial, de la conexión con el entorno. En vez de imponer formatos que entorpecen, el coaching puede reconectar a las personas neurodivergentes con formas de aprendizaje ancestrales que su cerebro reconoce como naturales.
En este sentido, una sesión de coaching puede ser una songline, una danza que enseña el camino, una geografía simbólica donde cada paso tiene sentido porque está imbricado en una narrativa. Puede ser también un ritual práctico, una coreografía mental y corporal que marca un ritmo posible para habitar el mundo sin extraviarse. Lo esencial es comprender que el conocimiento no siempre se transmite en línea recta: a veces se canta, se juega, se cuenta, se baila o se encarna.
Quizás por eso, el diseñador de interfaces John Underkoffler, responsable del sistema gestual en Minority Report, propuso que las futuras interacciones con la información no se realizarán con teclados ni pantallas, sino con el cuerpo entero en movimiento, en un espacio envolvente que permita pensar con las manos, con los ojos, con la postura. Lo que imaginó como el futuro más avanzado de la tecnología cognitiva, en realidad ya lo conocían los pueblos antiguos. Y quizás los niños con TDA-H, con sus manos inquietas, su pensamiento errante y su memoria corporal, están más cerca que nadie de ese futuro.
atencion.org
6 de abril de 2025