Coaching TDA-H: ¿Es el sentimiento de comunidad YANTRA un obstáculo para el pensamiento racional? Cómo funcionan las nuevas sectas, la autoayuda, las criptomonedas y más
por atencion.org
En ciertos espacios donde convergen el coaching para el TDA-H, los discursos de autoayuda, las criptomonedas y el emprendimiento, aparece una figura difusa pero poderosa: el sentimiento de pertenencia. La comunidad YANTRA —nombre ficticio o quizás paródico de muchas otras reales— representa esa mezcla seductora de lenguaje emocional, promesas de éxito y una estética de grupo que otorga identidad y dirección a quienes se sienten perdidos.
Lo que resulta inquietante no es el uso de la comunidad como recurso terapéutico o motivacional. Lo inquietante es su uso como escudo frente a la crítica, como sustituto de la reflexión individual o como sistema cerrado de validación mutua. En estas “tribus modernas”, todo lo que contradice la narrativa grupal es tachado de “negatividad”, de “mentalidad escasa”, de “energía baja”. Así, cualquier impulso racional que apunte a cuestionar las premisas del grupo es rápidamente neutralizado por el aparato emocional del colectivo.
Esto no es nuevo. Las sectas tradicionales ya utilizaban técnicas de imitación, retroalimentación emocional y aislamiento de fuentes externas de información. Lo que cambia es la forma: ahora todo se viste de neurociencia superficial, citas mal digeridas de Goleman o Viktor Frankl, y un vocabulario que mezcla términos terapéuticos con jerga de start-up. Se le llama “alinearte con tu propósito”, pero en realidad es “pensar como piensa el grupo”.
En el caso del TDA-H, esto puede ser especialmente delicado. Personas que han pasado años sintiéndose diferentes o desbordadas encuentran por fin un entorno que valida su experiencia. Pero, paradójicamente, ese entorno puede ir en detrimento de su autonomía cognitiva si reemplaza la metacognición por el entusiasmo grupal. La comunidad deja de ser un contexto para pensar y se convierte en una prótesis emocional que impide pensar por fuera de ella.
En algunos grupos, el coach es una figura casi mesiánica: mezcla carisma, frases inspiradoras, anécdotas de superación y, sobre todo, un estilo de hablar que transmite certeza. Pero la certeza emocional no es lo mismo que la claridad argumentativa. Uno puede estar profundamente convencido... y profundamente equivocado. El problema es que, en este tipo de espacios, ya no se discute si algo es verdadero: se discute si algo “te vibra”.
Las criptomonedas, los negocios digitales, el biohacking, la inteligencia artificial... todo se amalgama bajo una estética de innovación y libertad. Pero el pensamiento racional no florece en un ecosistema donde lo importante no es la validez de los argumentos, sino la intensidad del entusiasmo compartido. La lógica queda subordinada a la narrativa.
Por eso conviene preguntarse: ¿estamos promoviendo herramientas para que las personas con TDA-H piensen mejor, se autoobserven, experimenten sin miedo a equivocarse? ¿O simplemente estamos vendiéndoles una pertenencia emocional que las anestesia frente a su capacidad de juicio?
Porque si algo necesita el pensamiento racional para prosperar, es espacio. Espacio para disentir, para equivocarse, para repensar las cosas sin que eso implique una traición al grupo. Las nuevas “sectas de la positividad” lo impiden, disfrazadas de libertad, pero operando desde la lógica de la repetición: repetir frases, repetir hábitos, repetir creencias.
El coaching, bien practicado, puede ser una herramienta formidable. Pero cuando se vuelve un sistema cerrado, donde todo problema se resuelve con una frase motivacional y toda duda es un “bloqueo mental”, entonces deja de ser coaching y empieza a parecerse peligrosamente a una liturgia.
Y no hay nada más contrario al pensamiento racional que una liturgia disfrazada de libertad.
07 de abril de 2025