John Ratey, el mismo autor que formuló la hipótesis del cazador para explicar el TDAH como una ventaja evolutiva, también ha explorado en profundidad el impacto del movimiento en el cerebro y las emociones. En su libro Spark: The Revolutionary New Science of Exercise and the Brain, Ratey argumenta que la actividad física no solo fortalece el cuerpo, sino que es una herramienta fundamental para la regulación emocional, el aprendizaje y la salud mental.
Movimiento y neurodiversidad: más que una corrección, una necesidad
Para muchas personas neurodivergentes, moverse no es solo una opción, sino una forma de procesar la realidad. En el caso del TDAH, el autismo y otras condiciones neurodiversas, el movimiento cumple un papel clave en la regulación del sistema nervioso, facilitando la concentración y la gestión de emociones. Cuando se les exige inmovilidad, no solo se les dificulta aprender, sino que también se les priva de una herramienta natural para equilibrar su mente.
Desde esta perspectiva, la actividad física no debería verse únicamente como un complemento educativo, relegado a un par de horas a la semana o reservado para aquellos con talento en deportes. En lugar de eso, el movimiento debería estar integrado en el aprendizaje cotidiano, permitiendo que todos los estudiantes—y especialmente los neurodivergentes—puedan beneficiarse de su impacto positivo en el pensamiento, la memoria y la regulación emocional.
Caminar para pensar, sentir y aprender
Ratey destaca que caminar es una de las formas más efectivas de organizar el pensamiento y regular las emociones. A lo largo de la historia, filósofos, escritores y científicos han recurrido a la caminata como un recurso para estimular el pensamiento creativo y resolver problemas complejos. No es casualidad que muchas culturas antiguas asociaran el conocimiento con el desplazamiento físico; aprender y moverse han estado ligados desde tiempos prehistóricos.
Este enfoque es especialmente relevante en el contexto de la educación y la neurodiversidad. En lugar de obligar a los niños a permanecer sentados durante horas, podríamos incorporar estrategias que les permitan moverse mientras aprenden. Caminar mientras se estudia, usar el cuerpo para representar conceptos abstractos o integrar la actividad física en la resolución de problemas no solo haría que el aprendizaje fuera más efectivo, sino que también ayudaría a regular la ansiedad, mejorar la atención y facilitar la expresión emocional.
Repensar la actividad física: no solo deporte, sino bienestar cerebral
En muchos sistemas educativos, la actividad física se reduce a las clases de educación física o a la competición entre quienes tienen habilidades atléticas destacadas. Pero el movimiento tiene un valor en sí mismo, más allá del rendimiento deportivo: es una herramienta para fortalecer la mente, mejorar la memoria y regular las emociones.
En este sentido, reconocer la importancia del movimiento en la educación y la salud mental nos permitiría replantear la forma en que diseñamos los espacios de aprendizaje. No se trata de ver el ejercicio como algo opcional o como una pausa entre sesiones de estudio, sino de entender que el cuerpo en movimiento es un cerebro en acción. Esta visión no solo beneficiaría a las personas neurodivergentes, sino que enriquecería la educación en su conjunto, alineándola mejor con la manera en que los seres humanos realmente aprenden y procesan el mundo.