Piensa en alguno de tus clientes actuales que
te esté causando preocupación. Quizás
el cliente no puede verbalizar un objetivo lo suficientemente claro para que le ayudes a conseguirlo. Puede que
acabes cada sesión pensando: «Espero que él o ella no vuelva
a reservar otra cita».
Por un momento, piensa en cómo describes al cliente. Sé sincero. Entonces, piensa en cómo has abordado al cliente a partir de esa descripción. ¿Qué eficacia reconocería en cliente en la terapia?
Ahora, echándole
mucha imaginación, formula
una nueva descripción del cliente. Con esa descripción, ¿cómo le saludarías la próxima vez que te encuentres con él o con ella?
¿Qué pequeños
cambios harías, a partir de esta nueva conversación?
A medida que pongas en práctica este ejercicio
con clientes reales, fíjate en cómo
cambian las sesiones. Cuando acabe un encuentro, revisa qué hiciste de forma distinta y reconoce cómo tu
flexibilidad como terapeuta puede haberte ayudado, también,
a escapar de las garras del diagnóstico.