Piensa en alguno de tus clientes actuales que
te esté causando preocupación. Quizás
el cliente no puede verbalizar un objetivo lo suficientemente claro para que le ayudes a conseguirlo. Puede que
acabes cada sesión pensando: «Espero que él o ella no vuelva
a reservar otra cita».
Por un momento, piensa en cómo describes al cliente. Sé sincero. Entonces, piensa en cómo has abordado al cliente a partir de esa descripción. ¿Qué eficacia reconocería en cliente en la terapia?
![]() |
Ahora, echándole
mucha imaginación, formula
una nueva descripción del cliente. Con esa descripción, ¿cómo le saludarías la próxima vez que te encuentres con él o con ella?
![]() |
¿Qué pequeños
cambios harías, a partir de esta nueva conversación?
![]() |
A medida que pongas en práctica este ejercicio
con clientes reales, fíjate en cómo
cambian las sesiones. Cuando acabe un encuentro, revisa qué hiciste de forma distinta y reconoce cómo tu
flexibilidad como terapeuta puede haberte ayudado, también,
a escapar de las garras del diagnóstico.