lunes, octubre 20, 2025

Swing y la filosofía de la no dualidad

Bailar swing es mucho más que moverse con alegría o sincronizarse con la música. Es, en el fondo, un laboratorio de no-dualidad.
Porque cuando el ritmo empieza, cuando el “bounce” te envuelve, ya no hay dentro ni fuera, tú ni el otro: sólo hay movimiento compartido.

El swing —como las grandes tradiciones de sabiduría— enseña que los opuestos no se destruyen, se complementan.
Líder y follower, música y silencio, control y entrega, impulso y espera: no son dos cosas separadas, sino dos polos de una misma corriente.
Así como en el Tao el yin y el yang giran uno dentro del otro, en el Lindy Hop el paso del uno no existe sin la respuesta del otro. Cada triple step lleva dentro su pausa, cada impulso su relajación.

Cuando bailamos desde la mente dual, intentamos “hacer bien los pasos”, “seguir correctamente”, “no equivocarnos”.
Cuando bailamos desde la no-dualidad, comprendemos que no hay error posible si hay escucha.
Lo que parecía un tropiezo se convierte en improvisación; lo que parecía caos, en swing.

El swing, en su raíz afroamericana, nació del mestizaje, del encuentro entre mundos que se consideraban opuestos: el rigor europeo del compás y la libertad africana del ritmo sincopado.
De esa mezcla imposible, nació una música que literalmente se balancea entre los extremos, que no marcha ni flota, sino que oscila: ese es el significado profundo del swing.
El movimiento no lineal, no rígido, no dual.

Bailar swing, entonces, es una forma encarnada de filosofía.
En la pista no hay sujeto ni objeto, ni líder absoluto ni seguidor pasivo: hay una conversación de dos cuerpos que se crean mutuamente a cada segundo.
Cuando el líder guía desde la escucha y no desde la imposición, y cuando el follower responde con intención y no con sumisión, ambos encarnan lo que los místicos llamaron unidad en la danza del mundo.

El swing enseña que la vida no se trata de elegir entre pensar o sentir, dar o recibir, controlar o fluir.
Sino de aprender el arte más difícil: bailar entre los dos.

Y ahí, justo en ese punto de equilibrio dinámico, donde la intención no aprieta pero sostiene, donde el cuerpo se rinde pero no se disuelve,
surge la magia:
una sonrisa compartida, una respiración al unísono, una risa que estalla al final de un break inesperado.

Entonces entiendes que el swing no es sólo un baile.
Es la metáfora más alegre de la no-dualidad:
la unión de los opuestos celebrada con cada paso, cada pausa, cada risa,
en ese momento donde ya no sabes quién lleva a quién,
porque la vida entera te está llevando.




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