Cómo se siente el ritmo
Todos los grandes del baile lo repiten: “Lo importante es sentir el ritmo.”
Pero… ¿qué significa exactamente sentir el ritmo?
No se trata de una metáfora poética: tiene raíces neurológicas, emocionales y corporales.
Sentir el ritmo no es oírlo: es dejar que te atraviese.
No es contar pasos, sino escuchar con todo el cuerpo, desde las plantas de los pies hasta el estómago. Es cuando el cuerpo ya no obedece a la mente, sino que la mente se disuelve en el pulso del cuerpo.
Cuando empezamos, solemos pensar el ritmo. Intentamos atraparlo con la cabeza, contamos: uno, dos, tres, cuatro….
Eso no está mal —es el primer estadio del aprendizaje—, pero aún no es sentirlo. Es como leer la partitura sin oír la música.
El ritmo no se aprende: se encarna, se metaboliza.
Con el tiempo, el cuerpo va construyendo una memoria rítmica. El cerebro —especialmente el cerebelo y los ganglios basales— empieza a anticipar los pulsos antes de que suenen. Y ese pequeño adelanto, esa predicción corporal del futuro inmediato, es lo que se siente como “groove”.
Es el momento en que ya no estás siguiendo la música, sino que bailas dentro de ella.
Sentir el ritmo también es una forma de confianza: cuando dejas de intentar controlar cada paso, cada compás, y permites que el cuerpo se equivoque, se corrija, improvise.
Por eso muchos neurodiversos o personas más mentales tardan más en “sentir el ritmo”: porque su mente no quiere soltar el control.
Pero cuando el ritmo se siente, desaparece la frontera entre dentro y fuera, entre líder y follower, entre música y cuerpo.
El ritmo es como un animal invisible que sólo se deja tocar cuando no lo persigues.
Lo puedes oír, pero sólo lo sentirás cuando te conviertes en parte de su respiración.
Por eso los grandes lo dicen siempre: “Siente el ritmo.”
Porque esa frase encierra un pequeño secreto cósmico: bailar no es moverse al compás del mundo, sino descubrir que tú eres parte del compás que lo mueve.