Ver las costuras de lo real
Entre fotograma y fotograma, la magia de la percepción
Cuando miramos una película, no vemos los fotogramas aislados. Nuestro cerebro rellena los huecos entre uno y otro, creando la ilusión de movimiento continuo. Ese espacio intermedio —oscuro, invisible, imperceptible— es tan real como cada imagen, pero no lo notamos porque la percepción está diseñada para coser lo fragmentado en continuidad.
Nuestra vida cotidiana funciona igual. El cerebro no capta la realidad como una sucesión de datos puros, sino como una trama que rellena los vacíos. En el parpadeo, en el momento en que el ojo se mueve y deja de ver, en los microsegundos en los que un estímulo desaparece: siempre hay espacios en blanco que la mente sutura. No vivimos en la crudeza de lo fragmentario, sino en la ilusión de continuidad que nuestro propio sistema genera.
Los magos lo saben bien. Sus trucos funcionan porque nuestra percepción prefiere inventar antes que aceptar un vacío. Un movimiento oculto, un desvío de atención, una pausa mínima: basta con un corte invisible para que el espectador lo rellene con una historia coherente. El truco no está tanto en lo que se muestra, sino en lo que se omite y se deja tapar por la imaginación del otro.
Ahora bien, ¿es posible entrenarse para ver las costuras? ¿Podemos lentecer tanto la percepción que aparezca lo discontinuo, que se revelen los espacios vacíos entre los fotogramas de la experiencia? Algunos caminos lo sugieren: la meditación que desacelera, la práctica contemplativa que permite ver cómo un pensamiento se disuelve antes de que otro surja, la respiración consciente que capta el intervalo entre inhalar y exhalar.
Al llevar la atención al extremo, lo que parecía continuo se revela como una secuencia de instantes discretos. Como si descubriéramos, por un segundo, que la película de la realidad no fluye, sino que se proyecta fotograma a fotograma en la pantalla de la conciencia. Y ese instante es perturbador: el mundo pierde su solidez, las certezas se diluyen, la magia cotidiana queda al descubierto.
Tal vez ahí esté el mayor truco: comprender que vivimos en una ilusión generada por nuestra propia percepción, y que esa ilusión es necesaria para caminar, hablar, pensar. Pero también que, de vez en cuando, podemos levantar el telón y ver las costuras. Y ese gesto no destruye la magia: la multiplica, porque nos muestra que la continuidad que damos por hecha es, en sí misma, un milagro de la mente.
Ver las costuras de lo real
Entre fotograma y fotograma, la magia de la percepción en el TDA-H adulto
La percepción no registra todo lo que sucede, sino que va armando fragmentos, cosiendo huecos, inventando continuidad donde hay cortes. Cada parpadeo, cada cambio de foco, cada microsegundo en blanco, es suturado por la mente para no sentir la realidad como una sucesión interrumpida.
Los magos saben aprovechar esto: desvían la atención justo en el intervalo, en el espacio vacío, donde nuestra mente tiende a inventar. El truco no está en lo que muestran, sino en lo que nos hacen no ver.
Y aquí es donde el TDA-H adulto ofrece una clave distinta. Quienes viven con este estilo de atención saben lo que es sentir las costuras más de lo que desearían. Les cuesta coser una continuidad estable, porque la mente salta de un estímulo a otro como si viera los cortes de la película demasiado rápido. En lugar de una cinta fluida, a veces la experiencia se vive como flashes intermitentes, como pedazos de fotogramas sin un montaje claro.
Eso, que suele vivirse como un déficit, puede también ser una sensibilidad única: la capacidad de captar los intersticios, de notar los huecos donde otros solo ven continuidad. En algunos casos, esa percepción fragmentada abre la puerta a la creatividad, porque muestra que lo que parece sólido y continuo puede ser recombinado de nuevas formas.
La práctica, entonces, no consiste en negar esa condición, sino en entrenar la capacidad de sostener los espacios en blanco. Meditación, respiración consciente, caminar con ritmo, cantar o incluso bailar pueden funcionar como un montaje interno: un modo de unir fotogramas dispersos en una secuencia vivible.
La magia de la percepción es doble: inventa continuidad donde no la hay, pero también nos permite, si afinamos la mirada, ver las costuras. Y tal vez ahí, en ese límite, el adulto con TDA-H pueda encontrar no solo sus dificultades, sino también su potencia: la de percibir que la realidad no es una película perfecta, sino una secuencia que siempre está por armarse.