jueves, septiembre 11, 2025

Universidad neurodiversa podría protegerse de la corrosión de la burla:


1. La burla como tabú institucional

  • Establecer explícitamente que reírse del error de un compañero no es aceptable. Así como hoy sería impensable reírse de alguien por su color de piel, debe ser impensable hacerlo por su estilo cognitivo.

  • Incluirlo en un código ético firmado por docentes y estudiantes.


2. Transformar el error en ritual colectivo

  • El error deja de ser un hecho individual. Cuando alguien se equivoca, el grupo entero repite, mejora, lo convierte en parte de un juego común. Así, nadie queda expuesto como “el que falló”.

  • Ejemplo: si alguien olvida una fórmula, todos la cantan juntos como recordatorio.


3. Reforzar el reconocimiento positivo

  • Penalizar la burla no significa eliminar el humor, sino redirigirlo: que la risa sea compartida, nunca dirigida contra alguien.

  • El profesor modela el tono: se ríe de su propio error, de la complejidad de un concepto, de lo absurdo de un ejemplo, pero jamás de un estudiante.


4. La retroalimentación como cuidado

  • La corrección de un error se hace en privado, nunca en público.

  • El reconocimiento, en cambio, puede ser público, adaptado a cada sensibilidad: algunos con aplauso, otros con un comentario escrito, otros con símbolos de logro.


5. Construir un “contrato emocional de grupo”

  • Al inicio del curso, se establece un acuerdo explícito: no se permite la burla corrosiva, sí el humor compartido.

  • El grupo entero es responsable de proteger a cada miembro, porque todos saben que el rechazo puede ser devastador para alguien con TDAH, autismo o dislexia.


6. Rechazo y reconocimiento como potencias

  • El rechazo social hiere más que cualquier calificación.

  • El reconocimiento sincero (aunque sea pequeño) tiene un efecto multiplicador.

  • Una universidad neurodiversa convierte estas fuerzas en principios pedagógicos: rechazo cero, reconocimiento abundante y cuidadoso.


En este sentido, penalizar socialmente la burla es tan importante como cambiar el formato educativo o la metodología. Porque de poco sirve abrir espacio al juego, a la música o a los diagramas, si en el aula todavía existe el miedo a ser ridiculizado.



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