jueves, septiembre 11, 2025

Si nunca has jugado juegos de rol, que sepas que ya estás jugando uno, 2

Mucha gente escucha la expresión juego de rol y piensa en dados, dragones, tableros, personajes fantásticos o noches eternas alrededor de una mesa. Y, sin embargo, aunque jamás hayas tocado una ficha de Dungeons & Dragons o te parezca ajeno ese mundo, la verdad es que todos —sí, todos— estamos jugando un juego de rol desde que nos levantamos por la mañana.

El rol como máscara cotidiana

En el teatro griego la palabra persona significaba máscara. Cada día, al entrar al trabajo, a la familia, a la pareja, al grupo de amigos o incluso al supermercado, adoptamos un papel. El rol de cliente, de jefe, de hijo obediente, de amigo divertido, de vecino educado. Cambiamos la voz, los gestos, el vocabulario y hasta el humor. Jugamos con guiones que no hemos escrito, pero que conocemos de memoria.

Los siete de nueve

Podríamos decir —solo porque es un número que usamos para dividir y ordenar la vida— que de nueve posibles papeles que nos da la existencia, al menos siete los representamos con frecuencia. Hijo, hermano, trabajador, amigo, ciudadano, compañero, amante. Cada rol exige unas habilidades específicas: escuchar, negociar, obedecer, liderar, empatizar, contener, resolver. Y en cada uno hay un objetivo que cumplir.

Estrategia, meta y juego

Cada rol no solo es un disfraz: es también una estrategia dentro de un juego concreto. El rol de hijo busca mantener el vínculo y pertenecer a un linaje. El rol de trabajador se juega en el tablero de la economía, con metas medibles. El rol de amigo obedece al juego de la lealtad y la complicidad. Cada estrategia tiene su propia meta, y cada meta pertenece a un juego que opera con reglas distintas.

Lo esencial aquí es entender que somos un conjunto de roles que se mueven por distintos juegos, y que esos juegos han de coordinarse sí o sí. No podemos vivir como si cada uno fuera una isla separada: tarde o temprano, se cruzan, se rozan, se condicionan entre sí.

Los dados invisibles de la vida

En los juegos de rol se tiran dados para decidir qué sucede. En la vida también: cada encuentro con otra persona tiene una cuota de azar, de riesgo y de probabilidad. No controlamos si hoy seremos aceptados, si un comentario caerá bien o si una decisión traerá consecuencias inesperadas. Pero, como en una partida, interpretamos a nuestro personaje de acuerdo al escenario que nos toca.

El manual de reglas que nunca leímos

Lo curioso es que nadie nos explicó el reglamento completo. Aprendimos las normas sociales imitando a otros, descifrando miradas, ensayando respuestas. Cada cultura, cada familia, cada grupo de WhatsApp tiene sus reglas internas. Algunas se dicen en voz alta; otras se castigan en silencio. Y así, sin haber elegido sentarnos a la mesa, estamos inmersos en una campaña de rol social que se actualiza a cada instante.

Un mismo evento, muchos roles

Imagina una comida familiar. Allí, de un golpe, interpretas al hijo que escucha a sus padres, al hermano que discute con ironía, al trabajador que responde al WhatsApp urgente de su jefe, al amigo que manda un audio para quedar más tarde, al ciudadano que comenta las elecciones del domingo, al compañero que apoya a un primo en apuros, y quizá al amante que intercambia una mirada cómplice con su pareja en la mesa. Todo en dos horas. Todo en un mismo escenario. Un verdadero cruce de partidas simultáneas.

Los escenarios cotidianos como tableros

Y no solo en una comida: tu casa, tu edificio, tu coche, tu barrio, tu ciudad, el lugar al que viajas… todos son escenarios donde representas papeles en paralelo. En un mismo espacio puedes ser padre, hijo, vecino y amigo, todo al mismo tiempo. Cada rol consume energía, exige recursos, demanda atención. Y esos recursos son limitados.

La vida, igual que en un juego de rol, es cuestión de administrar puntos de energía y recursos. Puedes entrenar, crecer y ampliar tus posibilidades paso a paso. Pero siempre está el riesgo de “pasarte de rosca”: querer jugar todos los roles a la vez, sin descanso ni pausa, hasta colapsar. La sabiduría no está en dejar de jugar, sino en aprender a elegir el rol adecuado en el escenario adecuado, y a sostenerlo con la energía justa.

El papel del líder en cada juego

En cada juego siempre aparece la figura del líder. Puede ser el padre que marca el tono de la comida familiar, el jefe que organiza la reunión, el amigo que convoca al grupo o incluso el desconocido que rompe el hielo en una conversación. Cuando el liderazgo está claro, las reglas se ordenan, las metas se clarifican y cada rol fluye mejor.

Lo difícil es cuando no hay un líder claro. Allí el juego se vuelve confuso: nadie sabe qué se espera de cada uno, las metas se diluyen y los personajes se pisan entre sí. Una familia sin un referente entra en discusiones caóticas. Un equipo sin coordinación se hunde en la parálisis. Una amistad sin alguien que tome la iniciativa se apaga en la inercia. El vacío de liderazgo es como jugar una partida sin director: puede ser creativo, sí, pero también agotador.

Roles, narrativas y decisiones

Cada persona cuida de manera paralela varias narrativas que se cruzan entre sí: la historia de la familia, la del trabajo, la de la amistad, la de la pareja, la de la comunidad. Antes de decidir qué hacer, no basta con preguntarse qué quiero o qué me conviene. Primero hay que preguntarse: ¿en qué historia soy personaje en este momento? Solo desde esa identificación tiene sentido la acción, porque no es lo mismo hablar como hijo que como profesional, como pareja que como ciudadano.

El rol como puente entre lo biológico y lo social

El concepto de rol no es solo una metáfora teatral. Es la bisagra que une lo biológico con lo social. Por un lado, la biología nos da voz, cuerpo, gestos, energía, límites. Por otro, lo social nos asigna guiones, reglas, expectativas. El rol es el lugar donde esas dos fuerzas se encuentran y producen sentido: es la relación lo que crea los términos que nos ligan a los demás y nos hacen existir en común.

TDAH y la dificultad de ordenar roles

Las personas con TDAH viven este asunto con una intensidad particular. Así como tienen dificultad para ordenar una habitación, categorizar objetos, colocarlos en su lugar adecuado o eliminar lo que sobra, también encuentran dificultades para ordenarse como conjunto de roles. Les cuesta definir qué conducta corresponde a cada rol y en qué momento aplicarla.

Por eso herramientas como la Rueda de la Vida en coaching no son un mero ejercicio decorativo. Aquí muestran su verdadera dimensión y utilidad profunda: un mapa externo que ayuda a organizar el mundo interno. Visualizar los ámbitos de la vida, darles forma y proporción, permite al cerebro ver con claridad lo que antes era un torbellino. Así, la persona puede comprender no solo sus metas, sino los juegos a los que está jugando y los personajes que encarna en cada uno.


En resumen: aunque nunca hayas jugado un juego de rol con dados y dragones, llevas años lanzando tiradas invisibles, moviéndote entre escenarios sociales, obedeciendo reglas tácitas y encarnando personajes.

No se trata de si estás jugando un rol, sino de si eres capaz de reconocer qué rol, en qué juego y en qué historia estás en cada momento. Y para quienes viven con TDAH, este reconocimiento no es solo reflexión: es la clave para pasar del caos a la estrategia, del ruido al mapa, de la dispersión a la coordinación vital.



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