domingo, septiembre 28, 2025

Respirar distinto para pensar distinto

“No eres tu déficit de atención, eres tu manera de respirar el mundo”

El TDA-H en el adulto suele presentarse como una tormenta interior, una mezcla de distracciones imprevistas, impulsos que estallan antes de tiempo y una energía que, en ocasiones, parece no tener cauce ni dirección. Durante décadas se ha buscado domesticar esa fuerza con pastillas, terapias conductuales y estrategias de organización, pero quizá hemos pasado por alto algo tan obvio como el aire que entra y sale: la respiración.

La respiración holotrópica —muchos la llaman equivocadamente alotrópica— nació en los años setenta de la mano de Stanislav Grof. No era una moda ligera, sino una apuesta por reproducir con técnicas corporales la intensidad transformadora que antes se buscaba en sustancias psicodélicas. Se trataba de acelerar el ritmo de la inhalación y la exhalación, de entregar el cuerpo a una música envolvente y de atravesar así umbrales de conciencia distintos. En ese trance, las emociones reprimidas emergían, las memorias olvidadas se iluminaban, y a veces el dolor se transformaba en claridad.

Parece lejano del TDA-H.
Y sin embargo, no lo es.

El adulto con TDA-H vive en un cuerpo que se acelera demasiado rápido o se apaga demasiado pronto. Su respiración suele ser corta, superficial, entrecortada. Cada vez que el aire no llega profundo, la mente se fragmenta un poco más. Y cada vez que se consigue llevar el oxígeno hasta lo hondo, el pensamiento encuentra un ancla inesperada. Por eso algunas investigaciones en técnicas de respiración rítmica muestran mejoras en la atención, la calma y la capacidad de sostener un foco.

¿Es la respiración holotrópica la solución definitiva? No.
¿Puede abrir un camino de exploración? Sí.

Porque no se trata de prometer curas milagrosas, sino de recordar que el cuerpo es parte inseparable del cerebro. Que la fisiología sostiene a la psicología. Que un patrón respiratorio puede ser tan importante como una agenda estructurada o una pastilla bien dosificada.

Imagina un adulto con TDA-H entrando en una sesión guiada: primero la ansiedad, después la música, luego la respiración acelerada. Los pensamientos corren como caballos desbocados, pero poco a poco el cuerpo se entrega. El aire se convierte en una ola, y en esa ola aparece una emoción antigua, quizá la rabia de la infancia, quizá la tristeza nunca dicha. Lo que estaba disperso encuentra forma. Y lo que parecía un desorden irremediable se revela como un movimiento natural que puede canalizarse.

Respirar no resuelve todos los problemas.
Pero cambia la manera de sentirlos.

El adulto con TDA-H necesita, más que nadie, estrategias que no se limiten a lo mental. Necesita un ancla física. Una práctica que recuerde que el aire está siempre disponible, que la energía no es un enemigo, que el exceso puede convertirse en potencia creadora. La respiración holotrópica no es un tratamiento oficial, pero puede ser una metáfora encarnada: a veces el camino no está en pensar más, sino en respirar mejor.

Y entonces, entre inhalación y exhalación, surge un descubrimiento simple y revolucionario.
La atención no siempre se entrena con listas y relojes.
A veces empieza con el aire que se atreve a llegar al fondo del pecho.




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