Presentes, pasados y futuros múltiples: la historia como producto a la carta
Durante siglos, el relato histórico fue una línea única, sostenida por instituciones académicas y políticas que buscaban unificar la memoria colectiva. El pasado se transmitía como una verdad sólida, con fechas, héroes y manuales que pretendían ser universales.
Después llegaron las cronologías alternativas, como la de Fomenko, que proponían romper con esa linealidad y abrir otras narrativas. Eran relatos extremos, a menudo discutidos y refutados, pero con un gran poder de seducción: prometían que la historia podía reescribirse, que el pasado era un campo de batalla y que otra versión siempre era posible.
Ahora, en pleno siglo XXI, la historia entra en una tercera fase: la de los relatos automatizados y segmentados, producidos por algoritmos, plataformas y narrativas virales. Aquí el pasado ya no se presenta como un cuerpo único, sino como una multiplicidad de versiones ajustadas al consumidor.
Pasados a la carta
La historia se convierte en un catálogo de relatos que cada usuario recibe según sus preferencias. Alguien interesado en la épica militar verá reconstrucciones heroicas de batallas. Quien busque misterio encontrará conspiraciones y civilizaciones perdidas. Otro, más nostálgico, consumirá series de “recuerdos felices” de décadas recientes. El pasado deja de ser compartido: se fragmenta en micro-relatos que refuerzan identidades individuales.
Presentes filtrados
La inmediatez del feed no solo reescribe el pasado: también moldea el presente. Cada algoritmo ofrece un presente distinto, un “ahora” construido a partir de selecciones personalizadas. No todos vivimos la misma actualidad: para algunos, el presente es político y crispado; para otros, espiritual y esperanzador; para otros más, humorístico y banal. Es el mismo mundo, pero vivido como realidades paralelas.
Futuros a medida
Lo mismo ocurre con el porvenir. Los vídeos, artículos y discursos proyectan futuros múltiples, adaptados a la demanda: el futuro tecnológico de quienes siguen innovación, el futuro apocalíptico de quienes consumen catástrofes, el futuro utópico de comunidades espirituales. El mañana ya no se imagina colectivamente, sino en parcelas de mercado.
El consumidor como arquitecto del tiempo
El punto común es que, en esta era, el consumidor ya no solo compra productos, sino también pasados, presentes y futuros. La historia se convierte en entretenimiento; la política, en espectáculo; la ciencia, en narrativa viral. Cada persona construye su identidad navegando por un catálogo infinito de tiempos posibles.
La pregunta es:
-
¿Seguiremos teniendo un relato común que nos una como sociedad?
-
¿O entraremos en un tiempo donde cada uno viva atrapado en su propio pasado elegido, su presente filtrado y su futuro predilecto?
Lo que parecía una moda de vídeos entretenidos puede ser, en realidad, la transformación más radical de todas: el tiempo mismo convertido en mercancía a la carta.
De la objetividad al constructivismo: pasados a medida y la voluntad de historia
La historiografía moderna nació bajo el signo del objetivismo: la convicción de que el pasado estaba allí, esperando ser descubierto, clasificado y narrado. Archivos, fechas, documentos, evidencias: todo apuntaba a un terreno firme, a una memoria común que debía ser preservada y transmitida.
Pero con la irrupción del constructivismo, esa seguridad se tambaleó. Lo que llamábamos pasado no era una realidad objetiva y previa, sino el resultado de una voluntad interpretativa. Cada generación, cada cultura, cada corriente política, construyó su versión del ayer para dotar de sentido al presente. El archivo no hablaba por sí mismo: era el historiador quien, seleccionando, descartando y conectando, le daba voz.
Lo que hoy vemos con los relatos automatizados de plataformas digitales no es un accidente contemporáneo, sino quizás la puesta en evidencia de algo que siempre estuvo allí: la historia nunca fue un espejo del tiempo, sino una voluntad organizada en forma de relato.
La novedad es que ahora esta voluntad se ha multiplicado y automatizado. Ya no hay un puñado de historiadores o cronistas disputando su interpretación: hay millones de micro-relatos generados y consumidos en tiempo real. Lo que parecía un único pasado se fractura en pasados a medida, coordinados solo por algunas reglas de consistencia mínima: un tono narrativo, un orden cronológico, la estética del medio en que circulan.
La pregunta no es si hay un pasado verdadero u objetivo, sino cómo se pueden coordinar esos pasados múltiples para sostener algún tipo de convivencia social. En lugar de un canon universal, tenemos un mosaico de historias personalizadas, cada una dotando de sentido a quienes la consumen.
Quizá la tarea no sea volver a buscar una historia única, sino aprender a diseñar historias que, siendo distintas, puedan conectarse entre sí, tejer puentes, generar acuerdos narrativos mínimos. En este escenario, la historia perfecta no sería la que reproduce fielmente “lo que ocurrió”, sino aquella que logra articular voluntades, coordinar pasados y permitir un futuro compartido.