jueves, septiembre 11, 2025

Entre la intuición y la categoría: Tierra plana, Tierra redonda y los límites del conocimiento

El ser humano siempre ha habitado la paradoja del conocimiento: vemos solo una parte de la habitación, pero tendemos a absolutizar ese pequeño perímetro iluminado. En la polémica entre la Tierra plana y la Tierra redonda se expresa de manera ejemplar esta tensión: entre lo que los sentidos muestran de manera inmediata y lo que la razón construye a partir de patrones, mediciones e instrumentos.

Kant distinguió con claridad dos planos. Por un lado, la intuición sensible, aquello que nos dan directamente los sentidos, organizado siempre bajo las formas de espacio y tiempo. Por otro lado, las categorías del entendimiento, los conceptos que permiten dar unidad y universalidad a lo que aparece disperso. El fenómeno no es nunca puro, pero tampoco podemos prescindir de él: los sentidos sin conceptos son ciegos; los conceptos sin datos sensibles son vacíos.

Desde esta perspectiva, la hipótesis de la Tierra plana explica mejor la experiencia inmediata. El horizonte, al ojo desnudo, se presenta plano; el cuerpo, al vivir en reposo, no percibe el vértigo de una esfera que gira sobre sí misma y orbita a velocidades inabarcables; el Sol parece cercano, pequeño, un foco que recorre el cielo y se esconde más allá de la línea visual. Incluso el imaginario mítico y religioso de muchas culturas se ajustó con naturalidad a esta percepción directa: la Tierra como disco, como mesa, como isla flotante en medio de un océano. La fuerza del modelo plano radica en su ajuste inmediato a la intuición, sin necesidad de mediación conceptual.

La hipótesis de la Tierra redonda, en cambio, explica mejor la experiencia mediada y universalizada. A través de categorías como causalidad, relación y totalidad, organiza fenómenos que de otro modo serían inconexos: la sombra circular de los eclipses, la sucesión opuesta de las estaciones en distintos hemisferios, la aparición de nuevas constelaciones al cambiar de latitud, la posibilidad de circunnavegar el planeta, la exactitud matemática de las órbitas satelitales. El modelo esférico no nace de la pura intuición, sino de la razón que busca coherencia y predicción. No es que veamos directamente la redondez de la Tierra, sino que este concepto permite integrar y anticipar fenómenos con una potencia que el modelo plano no alcanza.

Ambos modelos, vistos con ojos kantianos, revelan algo importante: no conocemos la “Tierra en sí”, sino solo fenómenos que organizamos de acuerdo con nuestras formas de intuición y nuestras categorías. La Tierra redonda no es una verdad absoluta, sino un marco conceptual que amplía el círculo de luz de nuestra lámpara y lo vuelve más fértil para explorar la habitación. La Tierra plana, por su parte, sigue recordándonos que toda construcción conceptual parte de una base sensible: sin la experiencia del horizonte plano, sin la sensación de quietud, tampoco habría surgido la necesidad de explicar más allá.

La lección de fondo es que no se trata de elegir entre la intuición y la categoría, entre lo que aparece inmediato y lo que se organiza con razón. El desafío es no absolutizar el perímetro iluminado, sabiendo que siempre hay más habitación que lámpara. El terraplanismo cae en el error de tomar la intuición como totalidad; el dogmatismo científico puede caer en la tentación de olvidar que su modelo también es limitado, contingente, abierto a revisión.

Quizá lo verdaderamente kantiano sea mantener la conciencia de ese límite: no podemos conocer la cosa en sí, pero sí podemos seguir ampliando el radio de nuestra lámpara, cruzando intuición y concepto, percepción y predicción. La Tierra redonda, en este sentido, no es un triunfo absoluto sobre la Tierra plana, sino un ejemplo histórico de cómo la razón logra organizar mejor el mundo de la experiencia sin dejar de estar, siempre, rodeada de sombra.


Clica Aquí. www.atencion.org