El peso de la interpretación: lo que sentimos no es lo que creemos sentir
Cuando decimos “me siento triste”, “me siento ansioso” o “me siento feliz”, creemos que estamos nombrando un estado puro, casi como si fuera un hecho objetivo. Pero la verdad es que la emoción nunca se nos da “en bruto”. El cuerpo registra activación fisiológica —latidos, tensión muscular, cambios en la respiración, hormigueo— y, acto seguido, nuestra mente coloca un nombre, una historia y un juicio sobre esa activación.
Un mismo latido acelerado puede ser etiquetado como pánico en una sala de examen o como entusiasmo en la pista de baile. El hecho es idéntico; la interpretación, radicalmente distinta.
Lo fascinante es que no solo interpretamos lo que sentimos, sino que además interpretamos nuestra propia interpretación. Si me digo: “Estoy nervioso y eso es malo, no debería estar así”, acabo atrapado en una segunda capa de sufrimiento. En cambio, si observo la emoción como “energía disponible que mi cuerpo me ofrece”, la carga cambia por completo.
Psicología cognitivo-conductual y la interpretación
Este principio es uno de los fundamentos de la psicología cognitivo-conductual (TCC). No sufrimos tanto por lo que pasa, sino por la evaluación que hacemos de lo que pasa. Beck, Ellis y otros pioneros de la TCC mostraron cómo los pensamientos automáticos actúan como filtros: colorean la experiencia con lentes que tienden a ser catastrofistas, autoexigentes o rígidos.
Cambiar la interpretación no significa negar la emoción, sino reconocer que es maleable. El evento es fijo, pero su significado no lo es.
TDA-H y la interpretación acelerada
En el caso del TDA-H en adultos, esto cobra una fuerza especial. La impulsividad cognitiva hace que la persona nombre rápido y juzgue rápido lo que siente. Por ejemplo:
-
Un olvido se interpreta enseguida como “soy un desastre” en vez de “mi atención se dispersó, voy a probar otra estrategia”.
-
Una crítica de la pareja se vive como “rechazo” y no como “una señal de ajuste en la convivencia”.
-
La sensación física de aburrimiento se interpreta como “esto es insoportable” y se abandona la tarea, en lugar de verla como un desafío de regulación.
Así, el problema no es solo la dispersión o el olvido, sino el peso de la interpretación negativa que cae encima.
Re-nombrar como estrategia de libertad
Un ejercicio sencillo pero profundo consiste en ponerle un nuevo nombre a lo que sentimos. No decir “estoy nervioso”, sino “mi cuerpo está despierto”. No decir “estoy bloqueado”, sino “estoy acumulando energía”. Este re-etiquetado no elimina la emoción, pero sí modifica la relación con ella.
En última instancia, la libertad no está en controlar lo que pasa, sino en elegir desde qué relato lo vivimos.