jueves, septiembre 11, 2025

El Orador de la Luz

Nadie sabía de dónde había salido aquel hombre. No tenía partido político ni ejército, pero hablaba como si toda la historia le perteneciera. Sus detractores lo llamaban cínico, porque no escondía nada: reconocía que los pueblos no se mueven por estadísticas ni programas, sino por mitos.

En su primera aparición pública dijo:

—Los tiranos ya lo sabían: para mover a la gente no basta la razón. Hay que darles un relato en el que creer, un espejo donde verse heroicos, un futuro tan deslumbrante que el presente parezca solo un puente hacia él. Pero si ellos usaron ese poder para destruir, nosotros lo usaremos para crear.

Y entonces inventó su mito.

No habló de razas superiores ni de imperios muertos. Habló de algo más antiguo: la Época de los Mil Cerebros. Según él, hubo un tiempo remoto en que cada forma de pensar era celebrada como un don divino: los que soñaban despiertos, los que memorizaban canciones infinitas, los que se perdían en detalles, los que cambiaban de tema como ríos saltando de piedra en piedra. Esa diversidad había sido el verdadero motor de las culturas orales, de las primeras ciudades, de la imaginación humana.

—Nos hicieron creer que debíamos normalizarnos, reducirnos, encajar. Pero la historia grande de la humanidad —dijo con voz que parecía arrastrar siglos— nació del exceso, del error creativo, de la diferencia.

El público calló. Era como si, de golpe, se hubiera abierto una puerta olvidada.

Entonces vino la propuesta épica:

  • Recuperar la memoria de ese pasado diverso.

  • Encender una llama en cada escuela, plaza y comunidad que recordara la dignidad de pensar distinto.

  • Construir un futuro donde la neurodiversidad no fuera tolerada, sino celebrada como la fuente de soluciones, arte y resistencia frente a los desafíos globales.

Hablaba con la misma pasión con la que un tirano convoca a la guerra, pero lo hacía para convocar a la vida. La gente salía de sus discursos con la sensación de que tenían una misión: ser guardianes de la diferencia, portadores de una llama que no debía apagarse.

Sabía usar los recursos que en manos de otros habían sido veneno:

  • Los símbolos: no banderas con cruces, sino círculos de colores entrelazados, representando mentes distintas unidas en un mismo tejido.

  • Los rituales: no marchas militares, sino coros comunitarios, donde cada voz entraba y salía, creando armonías inesperadas.

  • El orgullo colectivo: no por dominar a otros, sino por sostener un destino común: demostrar al mundo que la diversidad es la verdadera fuerza de la humanidad.

Sus enemigos lo acusaban de ilusionista, de manipulador, de vender espejismos. Él sonreía y respondía:

—Claro que es una ilusión. Todo mito lo es. Pero si tenemos que vivir bajo un mito, elijamos aquel que nos haga más humanos, no menos.


Así nació la Épica de la Luz Diversa. Y lo más curioso es que funcionó: las personas con TDAH encontraron un reto épico en dar forma a esa causa, los olvidados sintieron orgullo de su voz, y el cinismo del orador se transformó en esperanza colectiva.

Porque, al final, había comprendido algo simple: los mismos trucos que encadenan, también pueden liberar, si se pone al colectivo no al servicio del odio, sino de la dignidad compartida.


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