jueves, septiembre 11, 2025

Cuando la vida valía una palabra: el honor, los duelos y la batalla interior del TDAH

Imagina la escena: dos hombres al amanecer, respirando el frío húmedo, espada en mano. No se enfrentan solo entre ellos, se enfrentan al peso invisible de una palabra: honor. La ofensa no era solo personal, era social. Sin ese trasfondo compartido, el duelo sería un absurdo, un asesinato sin lógica. Pero dentro de aquella ficción colectiva, luchar y morir cobraba sentido.

Hoy nos parece exagerado. Y, sin embargo, vivimos atrapados en códigos muy parecidos. La diferencia es que las armas cambiaron. Ya no son espadas: son pantallas, likes, retuits, reputación digital. El campo de batalla se mudó a las redes sociales, donde un error puede equivaler a una ejecución simbólica.

Aquí es donde el TDAH en el adulto ofrece una lente inesperada. Porque alguien con TDAH vive a menudo como fuera de código, en desfase con las convenciones que marcan lo que es honorable, adecuado o socialmente aceptado. Un comentario impulsivo, un gesto fuera de lugar, una distracción en el momento equivocado… pueden percibirse como afrentas en entornos rígidos. Y lo que para la persona es un descuido menor, para la sociedad puede ser una mancha en la reputación.

El duelo histórico revela lo frágil que es la vida social: no importa lo que eres, importa lo que representas en el marco simbólico. Con el TDAH sucede algo similar: muchas veces no se juzga la intención, sino la apariencia. Se castiga no la falta real, sino la desviación del guion esperado. Como en los antiguos códigos de honor, el valor de una acción depende del consenso compartido, no de la realidad interior.

¿Y qué pasa entonces? Que la persona con TDAH se encuentra batallando en duelos invisibles cada día: contra la impaciencia de un jefe que espera puntualidad rígida, contra el juicio de una pareja que interpreta la distracción como desinterés, contra un sistema que valora la linealidad más que la chispa creativa. No son espadas, pero sí son heridas. No hay sangre, pero sí desgaste emocional.

El duelo nos recuerda que toda sociedad construye ficciones que regulan la conducta. El honor de ayer, la reputación digital de hoy, la “normalidad” cognitiva en la escuela o el trabajo. Y lo inquietante es esto: para quien no encaja, cada día puede sentirse como un amanecer de duelo, con la necesidad de justificar, de defender, de sobrevivir en un código que no eligió.

Tal vez la lección sea doble. Por un lado, reconocer que el honor, la reputación o la normalidad no son hechos naturales, sino ficciones compartidas que podemos cuestionar. Y por otro, que quienes viven con TDAH nos recuerdan la urgencia de no confundir desviación del código con falta de valor. Porque lo que antes se resolvía con espadas, hoy se puede transformar en algo más humano: un nuevo pacto social que reconozca la diversidad de ritmos, de estilos, de modos de estar en el mundo.

En el fondo, todos seguimos librando duelos. Pero no todos con las mismas armas ni las mismas reglas.



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