🧠 "El TDA-H no existe en el vacío (y tú tampoco)"
Cómo dejar de pelear contigo mismo y empezar a rediseñar el contexto en que vives
🔹Resumen
El TDA-H no es una esencia ni una falla individual. Es una forma de procesamiento que choca o fluye según el contexto en que se encarna. No existe TDA-H sin entorno, ni persona con TDA-H que no esté ya arrojada en uno. Este ensayo propone dejar de buscar la causa del malestar en el interior de la mente, y comenzar a mirar con lupa —y con cariño— las condiciones externas que lo exacerban o lo calman. A partir de allí, el trabajo real no es corregir la mente, sino rediseñar el campo de juego: adaptar rutinas, construir alianzas, usar trucos creativos y, sobre todo, vivir la vida como un dojo de entrenamiento amable, progresivo y personal.
1. El diagnóstico no te define, pero el contexto te delata
Una persona con TDA-H puede parecer brillante, alegre y enfocada en una conversación de café… y completamente desbordada frente a una hoja de Excel.
Puede ser caótica en casa, pero extraordinaria improvisando en un escenario.
¿Conclusión?
El TDA-H no se manifiesta igual en todos los entornos. Es el contexto el que lo hace visible, lo que no quiere decir que sea "culpa del entorno", sino que la relación entre mente y mundo es lo que importa.
El aula, el trabajo, las relaciones, el calendario, la economía… son lugares de fricción o de fluidez. Por eso, no hay diagnóstico sin escenario.
Y tampoco hay solución sin un rediseño del guion.
2. Si no me hago cargo del contexto, no me hago cargo de mí
Aquí entra Ortega y Gasset por la puerta grande:
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo.”
El enfoque clásico espera que la persona con TDA-H “se adapte”, “madure”, “se organice”.
Pero si el entorno está hecho para otro tipo de mente, eso no es maduración: es mutilación.
La verdadera madurez no es forzar la mente al entorno, sino negociar con ambos:
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Modificar el entorno donde sea posible
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Y desarrollar herramientas personales para navegar el resto
3. No lo llames superpoder, llámalo estilo de procesamiento
Celebrar el TDA-H como “superpoder” puede sonar bien, pero a menudo es una trampa.
Nadie necesita que le digan que su ansiedad, su olvido, su procrastinación o su dificultad para sostener vínculos estables es un superpoder.
Lo que sí necesitamos es una visión más honesta y útil:
El TDA-H es un estilo especial de procesamiento, con ventajas y desafíos, que requiere estrategias adaptadas, no moralismos ni idealizaciones.
4. Estrategias no convencionales (pero efectivas)
Aquí entra la creatividad práctica. Algunas personas con TDA-H no responden a sistemas rígidos, pero se activan frente a la urgencia. Entonces:
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En vez de esperar al último momento real, crea últimos momentos artificiales (micro-deadlines).
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No intentes “empezar oficialmente” las tareas. Haz como un buen ingeniero de sonido: graba mientras pruebas. Lo mejor sale cuando no estás presionado por hacerlo bien.
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Identifica tus puntos ciegos y haz alianzas complementarias: si no cocinas, lava los platos con excelencia.
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No trabajes contra tu estilo, trabaja con él y alrededor de él.
5. No estás roto: estás descoordinado
Muchas personas con TDA-H viven atrapadas en una narrativa de fracaso: no terminan lo que empiezan, no cumplen con lo que planean, no “son como deberían ser”.
Pero quizás el problema no sea de capacidad, sino de coordinación.
Coordinar roles. Coordinar acciones. Coordinar emociones.
Para eso sirven:
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Las estructuras visuales (listas, tableros, rutinas externas)
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La gestión emocional básica (caminar, respirar, reírse, dejar de dramatizar)
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La selección cuidadosa de tareas y vínculos (abandonar lo que ya no sirve)
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La amabilidad radical con uno mismo
🌱 La vida como dojo
El TDA-H puede doler, pero también puede convertirse en una forma de vivir el mundo como un entrenamiento constante.
Cada semana como un ciclo.
Cada error como una señal.
Cada éxito como un mini ritual de celebración.
No eres un error de fábrica.
Eres una mente en movimiento, que necesita entornos, vínculos y prácticas que acompañen su danza.
✅ Consejo final:
No te preguntes “qué me pasa”. Pregúntate “dónde me pasa”. Y luego: “¿qué puedo hacer con eso?”