lunes, marzo 24, 2025

El filtro invisible: cómo nuestra mente construye realidades en el TDA-H

Introducción

Imagina que cada persona lleva puestas unas gafas que modifican sutilmente la manera en que percibe el mundo. No existen lentes completamente neutros, y cada par está teñido por experiencias, emociones y patrones de pensamiento. Esto es especialmente relevante en el caso del TDA-H, donde la impulsividad y la atención fragmentada pueden generar interpretaciones que se alejan de lo mayoritariamente consensuado, abriendo paso a percepciones periféricas o poco compartidas por el

entorno.

En el coaching para personas con TDA-H, uno de los mayores desafíos es ayudar a los participantes a reconocer que su forma de interpretar la realidad no siempre coincide con la de la mayoría. Esto no significa que su percepción sea incorrecta, sino que es distinta, a veces solitaria, y puede generar fricciones con los demás. La actividad que presentaremos a continuación busca hacer visible este fenómeno, mostrando cómo nuestras interpretaciones afectan nuestras emociones y respuestas.


Actividad: "El filtro de mi mente"

Objetivo

Ayudar a los participantes a reconocer cómo sus propios procesos de atención y enfoque influyen en su manera de comprender el mundo y cómo esto puede llevar a interpretaciones minoritarias que no siempre encuentran eco en el entorno.

Materiales

  • Dos imágenes similares pero con diferencias sutiles.

  • Tarjetas con situaciones ambiguas escritas en ellas.

  • Papel y lápices de colores.

Desarrollo

1. Introducción a la actividad (10 min)
  • Explicar que todos interpretamos el mundo a través de nuestros propios filtros, los cuales están influidos por nuestras experiencias, emociones y atención.

  • Plantear la idea de que la percepción no es un reflejo objetivo de la realidad, sino una construcción en la que cada individuo privilegia ciertos detalles y descarta otros.

  • Destacar que, en el TDA-H, el foco atencional tiende a fluctuar y puede recaer en aspectos poco considerados por los demás, lo que genera una experiencia del mundo distinta, a veces difícil de comunicar o validar.

2. Ejercicio de percepción visual (10 min)
  • Mostrar dos imágenes similares y pedir a los participantes que describan lo que ven.

  • Observar qué detalles menciona cada persona y comparar sus respuestas.

  • Reflexionar sobre cómo cada participante ha centrado su atención en elementos distintos y cómo algunos notaron aspectos que los demás pasaron por alto.

3. Situaciones ambiguas: diferentes lecturas de la realidad (15 min)
  • Entregar tarjetas con situaciones como: "Un amigo no te responde un mensaje en todo el día", "Alguien te mira fijamente en la calle", o "Un compañero de trabajo pasa de largo sin saludar".

  • Pedir a cada participante que escriba dos interpretaciones posibles: una que parezca más cercana al consenso social y otra que represente una lectura más periférica o inusual.

  • Discutir cómo ciertos rasgos del TDA-H, como la sensibilidad emocional, la impulsividad o la hiperfocalización, pueden hacer que algunas personas perciban ciertos matices que los demás no consideran relevantes.

4. Dibujo del "filtro personal" (15 min)
  • Pedir a los participantes que dibujen un "filtro" que represente cómo perciben el mundo (por ejemplo, gafas de colores, una ventana empañada, un caleidoscopio).

  • Reflexionar sobre qué factores pueden influir en su percepción: emociones, experiencias pasadas, distracciones o áreas de hiperfoco.

  • Explorar estrategias para comunicar mejor estas percepciones cuando no coinciden con las mayoritarias.

Cierre

En el TDA-H, no se trata solo de atender de manera diferente, sino de construir realidades que a veces resultan difíciles de compartir con otros. Comprender que la percepción es una construcción, y no un reflejo estático de lo que ocurre, permite generar mayor flexibilidad y empatía. A través de este ejercicio, los participantes pueden tomar conciencia de su filtro particular, aprender a contrastarlo con otras perspectivas y desarrollar estrategias para navegar mejor en un mundo que no siempre coincide con su manera de ver las cosas.

El cazador que soñaba con el mundo

El sol ardía en lo alto, inmóvil como un ojo que todo lo ve. En el valle, las sombras de los árboles eran delgadas y afiladas, y el calor hacía temblar el aire sobre la hierba seca. Naru, el cazador, había pasado la mañana rastreando a un gran ciervo, pero ahora, con el animal abatido y la carne asegurada, se permitía descansar.

Se dejó caer sobre la tierra caliente, apoyando la cabeza en su brazo. Su cuerpo, fuerte y curtido por la caza, se extendía sobre la llanura con la misma majestuosidad con la que un león reposa después de un festín. Los ojos entrecerrados, el aliento lento, la mente aún despierta.

Miró el cielo. Azul profundo, vacío y eterno. No entendía cómo podía estar allí, sin caer, sin sostenerse de nada. ¿Era acaso un gran río donde los espíritus navegaban? ¿O era una caverna sin fin donde el Gran Cazador de las estrellas acechaba, invisible?

Desde niño, su mundo había sido la caza. Aprender a leer las huellas, a interpretar el viento, a conocer los secretos de cada bestia. Pero cuando la fatiga lo vencía y el cuerpo se rendía, la mente se le llenaba de preguntas.

"¿Qué es el mundo?"

Era vasto, sin duda, pero ¿tenía un borde? ¿Podría alguien caminar sin detenerse jamás, sin hallar un final? Y si lo hubiera, ¿qué habría más allá?

"¿Y qué es el ser?"

Se miró las manos, cubiertas de cicatrices. Había sentido la fuerza en sus músculos, el hambre en sus entrañas, el placer en su sangre al correr tras la presa. Pero también había sentido algo más, algo que no era carne ni hueso: la certeza de estar vivo, de ser algo que observa, que recuerda, que pregunta. ¿Era él solo un animal que se mueve y caza? ¿O era más que su cuerpo?

"¿Y el bien?"

Había matado para sobrevivir. Había visto morir a otros cazadores, a sus hermanos, a los ancianos que le enseñaron los secretos del bosque. Pero, ¿era eso malo? ¿Era la muerte el enemigo o solo parte del ciclo que todo lo arrastra? Los lobos cazaban sin culpa, las águilas desgarraban a sus presas con garras afiladas. ¿Por qué, entonces, los hombres hablaban de justicia, de venganza, de honor?

El viento trajo consigo el aroma de la carne, y su estómago rugió. Se incorporó lentamente, desperezándose como un gran felino. No tenía respuestas, solo preguntas que volvían cada vez que el cuerpo se detenía y la mente quedaba libre para vagar.

Se levantó, miró el horizonte y tomó su lanza.

Mañana volvería a cazar. Pero esta noche, bajo las estrellas, seguiría preguntándose qué es el mundo, qué es la vida y qué es él dentro de todo esto.

El sol ardía en lo alto, inmóvil como un ojo que todo lo ve. En el valle, las sombras de los árboles eran delgadas y afiladas, y el calor hacía temblar el aire sobre la hierba seca. Naru, el cazador, había pasado la mañana rastreando a un gran ciervo, y ahora, con la carne asegurada, se permitió descansar.

Se dejó caer sobre la tierra caliente, apoyando la cabeza en su brazo. Su cuerpo, fuerte y curtido por la caza, se extendía sobre la llanura con la misma majestuosidad con la que un león reposa después de un festín. Los ojos entrecerrados, el aliento lento, la mente despierta.

El cielo azul profundo se alzaba sobre él, inalcanzable, sin sostenerse de nada. ¿Era un río donde los espíritus navegaban? ¿O una caverna sin fin donde acechaba el Gran Cazador de las estrellas? Desde niño, su mundo había sido la caza: leer las huellas, interpretar el viento, conocer los secretos de cada bestia. Pero cuando la fatiga lo vencía y el cuerpo se rendía, la mente se le llenaba de preguntas.

"¿Qué es el mundo?"

Vasto, sin duda, pero ¿tiene un borde? ¿Podría alguien caminar sin detenerse jamás, sin hallar un final? Y si lo hubiera, ¿qué habría más allá?

"¿Y qué es el ser?"

Se miró las manos, cubiertas de cicatrices. En ellas había fuerza, hambre, memoria. Pero también algo más, algo que no era carne ni hueso: la certeza de estar vivo, de ser algo que observa, que recuerda, que pregunta. ¿Era él solo un animal que se mueve y caza? ¿O era más que su cuerpo?

"¿Y el bien?"

Había matado para sobrevivir. Había visto morir a otros cazadores, a sus hermanos, a los ancianos que le enseñaron los secretos del bosque. Pero, ¿era eso malo? Los lobos cazaban sin culpa, las águilas desgarraban a sus presas con garras afiladas. ¿Por qué, entonces, los hombres hablaban de justicia, de venganza, de honor?

El viento trajo consigo el aroma de la carne, y su estómago rugió. Se incorporó lentamente, desperezándose como un gran felino. No tenía respuestas, solo preguntas que volvían cada vez que el cuerpo se detenía y la mente quedaba libre para vagar.

Porque, ¿qué es el pensador sino un cazador? Uno que acecha ideas en la espesura del silencio, que se mueve entre sombras buscando presas que no puede tocar. Naru caza para vivir, pero cuando cierra los ojos, en el reposo de la tarde, se convierte en otro tipo de cazador. Un cazador de lo invisible.

Se levantó, miró el horizonte y tomó su lanza.

Mañana volvería a cazar. Pero esta noche, bajo las estrellas, seguiría persiguiendo preguntas.

El hombre se dio cuenta, por momentos, de que cuando cazaba debía pensar en la presa, en sus huellas, en el viento, en el filo de su lanza. Pero cuando estaba echado como un león, con el cuerpo en reposo y la mirada perdida en el cielo, debía cazar sus pensamientos.

Y así lo hizo. Primero con la voz, contando sus ideas a quienes quisieron escuchar. Luego con dibujos en la arena, marcas en la piedra, símbolos rudimentarios que hablaban del mundo, del ser, del bien y del misterio de la existencia. No sabía si sus pensamientos eran verdades o solo sombras, pero entendió que el acto de atraparlos era tan esencial como la caza misma.

Pasaron los años. Sus hijos aprendieron a leer las huellas de los animales, pero también las señales de la mente. Sus nietos, a quienes contaba sus ideas junto al fuego, dejaron las lanzas y tomaron el gesto de la palabra. Y los hijos de sus nietos, con el tiempo, se convirtieron en maestros, en los primeros que enseñaron no solo a cazar para vivir, sino a cazar preguntas para entender.

Naru, el cazador, nunca vio el destino de su linaje. Solo supo que, mientras su cuerpo acechaba en los bosques, su mente se adentraba en otros terrenos más vastos. Y quizá, al final, su verdadera caza no fue la del ciervo, sino la del pensamiento.


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