Son los que interrumpen con poco tino y que tras muchos
de sus comentarios o acciones el resto se pregunta “¿pero cómo no se da cuenta
de que no...?”. El problema es que, justamente, les cuesta detectar las
emociones más sutiles y ese es uno de los aspectos menos conocidos del déficit
atencional.
SON LOS que dicen la broma justo en el momento menos
oportuno. Los que muchas veces no se dan cuenta de que el otro está algo más
que molesto de que le hablen lo que no quiere escuchar. O los que, sin esperar
el turno y no encontrando nada malo en eso, interrumpen con su opinión. El
resto los califica de poco atentos, desconsiderados y mal educados. Y de ellos
siempre piensan “¿cómo no se da cuenta?”... Y, no, justamente ese es el
problema: no se dan cuenta. Porque uno de los rasgos menos conocidos del
déficit atencional es la dificultad que tienen las personas diagnosticadas para
detectar las emociones más sutiles. Inmadurez cerebral y, precisamente, la
dificultad para poner atención son las principales causas.
El trastorno de déficit atencional e hiperactividad
(TDAH) se entiende como la dificultad para mantener la atención, controlar
impulsos y el nivel de actividad. Pero esa mirada se ha restringido, la mayoría
de las veces, al ámbito académico en los niños y adolescentes y en problemas de
atención en el trabajo, en adultos. Pero también involucra el mundo de las
emociones. Ese es el resultado de un estudio realizado por el neurofisiólogo y
académico Vladimir López, de la Escuela de Psicología de la Universidad
Católica, que indagó en cómo es la respuesta a los distintos tipos de emociones
en un grupo de 80 niños y adolescentes entre 9 y 14 años, con y sin TDAH a los
que les mostraron en laboratorio más de 300 imágenes de emociones.
Los resultados de la investigación, un proyecto
Fondecyt de Conycit, muestran que los niños con TDAH tienen un peor desempeño
en el reconocimiento de expresiones faciales de contenido emocional más sutiles
como ironía o desagrado. Presentan también una mayor tendencia a confundir la
emoción, especialmente en los rostros neutros. Por ejemplo, en el caso de la
alegría, el grado de acierto del grupo sin TDAH era 79,6%, lo que en el grupo
con TDAH disminuía a 63,3%. En el caso de la tristeza, fue 77,3% en el primer
grupo y 64,3% en el segundo. Los errores también eran mayores en ellos,
mientras el grupo de control tenía 8,6% de errores en la detección de la rabia,
ese porcentaje aumentaba a 13% en el grupo con TDAH.
El estudio también abordó el manejo de las relaciones
sociales. Lo que en el caso de los niños con el trastorno se reflejó en un
mayor número de conductas desafiantes: 26,67% presentaba alto riesgo de
hostilidad e irritabilidad y 53,33% conductas agresivas.
Es decir, esas pequeñas claves con contenido emocional
que la mayor parte de las personas capta de manera automática -porque revelan
agrado o desagrado- y se ajusta a ellas según las interpreten, no son tan
claras para quienes tienen TDAH”, dice el especialista. En estos casos, “hay
que considerar que hay situaciones que no son de aprendizaje escolar, pero que
son cruciales y ahí hay una necesidad de intervenir”, indica López sobre una
conducta que tiene un correlato cerebral: las zonas asociadas a la conducta
social, como la corteza prefrontal y la amígdala, están inmaduras en ellos. Es
lo que explicaría las diferencias en el reconocimiento de las emociones. Lo
comprobó un estudio del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos,
que analizó a través de resonancia magnética el cerebro de 400 niños y
adolescentes con y sin esta condición: si en los niños sin TDAH la corteza
cerebral alcanza su máximo grosor (cuatro milímetros) entre los siete u ocho
años, en los niños con esta condición, sucede tres años después, entre los 10 y
los 11 años.
Adulto desconcentrado
Se estima que un 50% de los casos diagnosticados en la
niñez o en la adolescencia de TDAH mantiene síntomas que perduran en la vida
adulta. Así, las interferencias en el colegio se trasladan después a las
relaciones sociales y al trabajo. Y esta es una realidad para el 4% a 5% de los
adultos, explica a La Tercera Ari Tuckman, sicólogo clínico especialista en
diagnóstico y tratamiento en niños y adultos con déficit atencional. Pero en
los adultos, además de los problemas de concentración y de reconocimiento de
emociones sutiles, suelen sumarse otras complicaciones : 25% presenta
alteraciones de la conducta, 25% ansiedad, 22% depresión y problemas de
aprendizaje.
Sobre el perfil de estos adultos, un estudio de la
Unidad de Memoria de la U. Católica determinó que los adultos que consultan por
problemas de memoria, impulsividad e ineficiencia, en promedio tienen 37 años,
la mayoría son profesionales con estudios universitarios y que tienden a
estudiar más de una carrera.
“Ellos no tienen un problema para reconocer emociones.
Son aquellos rasgos más sutiles que tienen un contenido emocional donde fallan,
como en una expresión de desconfianza o inseguridad en el otro”, explica López.
De hecho, sus habilidades sociales son buenas, recalca
Tuckman. Pero aquellos aspectos tenues, por su distracción, dice el
especialista, les parecen menos obvios que una emoción más pura o más bien
extrema, como furia o alegría. “Por ejemplo, pueden interrumpir a alguien con
una broma que ellos mismos creen que es muy divertida y no se detienen un
segundo para evaluar que esa persona podría ser ofendida por esa broma”,
indica.
Sin duda, el origen de esta dificultad con las
emociones del rango más sutiles va de la mano de su falta de atención. “Es
difícil dar una respuesta adecuada a una situación si se olvida de algo de lo
que está sucediendo en la misma situación”, aclara el sicólogo.