miércoles, octubre 01, 2025

“42 kilómetros de claridad: la maratón interior de Francisca”


Introducción apasionante

Francisca corre como vive: con intensidad, con impulsos repentinos y con una energía que contagia. Es divertida, detallista, y a veces demasiado literal: le cuesta entender bromas o dobles sentidos, lo que hace que a menudo se sienta incomprendida. Pero también es exigente hasta la médula: detesta la desorganización, la impuntualidad y la falta de compromiso.

El día de la Maratón de Barcelona, Francisca no solo corre por las calles de la ciudad, sino también por los pasajes de su vida interior. En cada avituallamiento se cruza con personajes que le ofrecen consejos inesperados, y en ciertos hitos urbanos —como la Sagrada Familia o el Arco de Triunfo— tiene pequeños destellos de insight que iluminan su recorrido.

Lo que empieza como una carrera deportiva se convierte en un viaje de autoconocimiento: cada kilómetro, un reto; cada parada, una lección; cada monumento, un espejo.


📚 Índice – 7 hitos de la carrera

1. Kilómetro 5 – El agua de la paciencia

👉 En el primer avituallamiento, una voluntaria le recuerda que no se gana nada gastando toda la energía de golpe.

2. Kilómetro 10 – El ritmo de la Sagrada Familia

👉 Al pasar junto a las torres en construcción, Francisca comprende que la grandeza también necesita tiempo y pausas.

3. Kilómetro 15 – El plátano del compromiso

👉 Un corredor veterano le enseña que cumplir los objetivos es como alimentarse bien: no es glamour, es constancia.

4. Kilómetro 21 – El medio maratón de la literalidad

👉 Bajo el Arco de Triunfo, Francisca descubre que las palabras pueden tener varios sentidos y que la rigidez la agota más que la carrera.

5. Kilómetro 28 – El vaso derramado

👉 En un puesto abarrotado, un niño le da un vaso mal lleno y Francisca explota. Luego entiende que la perfección obsesiva la desgasta más que el esfuerzo físico.

6. Kilómetro 35 – La sombra del cansancio

👉 Entre calles estrechas y piernas pesadas, una anciana espectadora le susurra: “La resistencia es también soltar el orgullo”.

7. Kilómetro 42 – La meta de la claridad

👉 Cruzando la meta en Plaza España, Francisca entiende que no corrió contra los demás, sino hacia sí misma: puntual, intensa, imperfecta y, finalmente, en paz.



Capítulo 1: Kilómetro 5 – El agua de la paciencia

👉 No se gana nada gastando toda la energía de golpe.

Francisca salió disparada desde la línea de salida en la Avenida María Cristina como si el mundo dependiera de ella. Los primeros kilómetros los corrió con la misma intensidad con que vive cada día: adelantando, zigzagueando, acelerando sin mirar atrás. Sentía que cada músculo ardía, pero lo interpretaba como victoria.

Al llegar al primer avituallamiento, en el kilómetro 5, agarró un vaso de agua y lo bebió de golpe, salpicándose. Quiso seguir corriendo sin detenerse, pero una voluntaria de mediana edad le tocó el brazo suavemente.

—Despacio, corredora. El agua se bebe poco a poco, como la carrera.

Francisca frunció el ceño:
—¡No tengo tiempo! Si paro, pierdo ritmo.

La voluntaria sonrió con calma.
—Si corres demasiado rápido al inicio, el maratón te pondrá el freno después. La paciencia no te retrasa, te lleva más lejos.

Francisca se detuvo apenas unos segundos. Volvió a mirar el vaso medio lleno y dio un sorbo tranquilo. Por primera vez desde la salida, respiró hondo.

Mientras retomaba la carrera, las palabras resonaron en su cabeza: “La paciencia también es velocidad, pero medida.”

Siguió corriendo, todavía con ímpetu, pero con la intuición de que quizás el maratón —y la vida— no se trataba de un sprint, sino de un arte de resistir con ritmo.


📝 Consejo práctico del kilómetro 5

Bebe la vida como el agua en un maratón: a sorbos pequeños y constantes.
👉 Haz pausas breves en tu día para respirar, hidratarte o revisar tu rumbo antes de gastar toda tu energía.



Capítulo 2: Kilómetro 10 – El ritmo de la Sagrada Familia

👉 La grandeza también necesita tiempo y pausas.

Francisca avanzaba por la Calle Marina, ya con el cuerpo entrando en calor y la respiración acompasada. De pronto, levantó la vista y ahí estaba: la Sagrada Familia, con sus torres elevándose como agujas hacia el cielo. El sol de la mañana iluminaba las grúas y los andamios, recordándole que la obra aún seguía inconclusa, después de más de un siglo de construcción.

Se sintió irritada. “¿Cómo es posible que tarde tanto en terminarse? Si yo fuera la arquitecta, ya estaría lista.”

Pero mientras corría, una voz interior —quizá la suya, quizá del templo mismo— le susurró:
—Las obras que duran no se hacen con prisas. Cada pausa también construye.

Francisca recordó cómo en su vida exigía que todo fuera inmediato: las relaciones, los proyectos, incluso sus emociones. Quería resultados ya, sin margen para la lentitud. Y sin embargo, ese templo inconcluso seguía siendo un monumento admirado en todo el mundo.

De repente entendió: la paciencia no es lentitud, es grandeza en proceso.

Corriendo bajo la sombra de las torres, pensó: “Quizás yo también estoy en construcción, y está bien no estar terminada todavía.”

Siguió su paso con un nuevo ritmo: firme, pero sin ansiedad. Como quien sabe que cada kilómetro —igual que cada piedra— suma, aunque no se vea el resultado final de inmediato.


📝 Consejo práctico del kilómetro 10

Recuerda la Sagrada Familia: las obras valiosas llevan tiempo.
👉 Acepta que tus procesos personales pueden ser largos; cada pequeño avance también es parte de la construcción.



Capítulo 3: Kilómetro 15 – El plátano del compromiso

👉 Cumplir objetivos es más constancia que glamour.

En el kilómetro 15, Francisca se sintió tentada a acelerar de nuevo. La música de una batucada en la calle le daba un impulso eléctrico, y su carácter intenso le pedía lanzarse como si la meta estuviera a la vuelta de la esquina.

Al llegar al avituallamiento, vio a un corredor mayor, con camiseta vieja de otra maratón y un paso constante, sin altibajos. Tomó un plátano, lo peló con calma y empezó a masticarlo mientras caminaba unos metros. Francisca, indignada, pensó: “¡Perder tiempo en medio de la carrera comiendo despacio! Eso no es competir.”

El hombre la miró con una sonrisa tranquila.

—¿Primera maratón?

—Sí. ¿Cómo lo supo? —respondió, casi sin aliento.

—Porque corres como si fueran 5 kilómetros, no 42. —Le tendió medio plátano—. Aquí no gana el que más brilla al inicio, sino el que cumple cada tramo. El compromiso es como este plátano: sencillo, sin glamour, pero lo que te da la energía para llegar.

Francisca lo tomó a regañadientes, pero mientras lo masticaba sintió cómo su cuerpo recuperaba fuerzas. En ese instante entendió: no bastaba con la intensidad ni con la pasión; necesitaba aprender el arte de sostenerse, de cumplir con lo que empezaba.

Mientras retomaban la carrera juntos, él concluyó:
—Ser constante es más difícil que ser intensa. Pero es la única manera de llegar.

Francisca sonrió, con la boca todavía llena, y pensó que tal vez tenía razón.


📝 Consejo práctico del kilómetro 15

El compromiso es un plátano: simple, pero necesario.
👉 En vez de prometer grandes cosas, cumple pequeños pasos sostenidos. Esa es la verdadera energía que te lleva a la meta.



Capítulo 4: Kilómetro 21 – El medio maratón de la literalidad

👉 A veces, entender demasiado literal cansa más que correr.

Al llegar al kilómetro 21, la mitad de la maratón, Francisca cruzó bajo el Arco de Triunfo. El monumento se alzaba imponente, con su ladrillo rojo brillante bajo el sol, como una puerta simbólica hacia la segunda mitad de la carrera.

Un grupo de animadores gritaba desde la acera:
—¡Venga, campeona, que ya lo tienes hecho!

Francisca bufó indignada.
—¿Cómo que lo tengo hecho? ¡Si aún me quedan 21 kilómetros!

Su enfado la hizo acelerar unos pasos, como si tuviera que corregir la exageración ajena con su propio esfuerzo. Pero pronto sintió el cansancio morderle las piernas.

En ese momento, una corredora que iba a su lado, más calmada, le dijo entre risas:
—No te lo tomes tan literal. No dicen que ya terminaste, dicen que ya pasaste lo más simbólico: la mitad. El resto también se puede.

Francisca se quedó pensativa. Tenía razón. Ella siempre se aferraba a las palabras exactas, como si cada frase fuera un contrato. Eso la hacía detallista, pero también la agotaba: nunca dejaba espacio al matiz, al juego, al humor.

Al mirar hacia atrás, el Arco de Triunfo le pareció distinto: no una promesa engañosa, sino un símbolo. Tal vez la vida estaba llena de esos arcos, frases y gestos que no había que entender al pie de la letra, sino con el corazón.

Siguió corriendo con una sonrisa ligera, dejándose animar sin necesidad de corregir a nadie.


📝 Consejo práctico del kilómetro 21

No todo se entiende de forma literal.
👉 Aprende a escuchar el espíritu de las palabras, no solo la letra. Eso te ahorra energía y abre espacio a la alegría.



Capítulo 5: Kilómetro 28 – El vaso derramado

👉 La perfección obsesiva cansa más que la carrera.

El kilómetro 28 era uno de los más duros: el cuerpo empezaba a pedir tregua, y la mente se nublaba. Francisca llegó al avituallamiento jadeando, con la boca seca. Extendió la mano y un niño voluntario, con apenas 10 años, le dio un vaso medio vacío y tembloroso. El agua se derramó sobre su camiseta.

—¡Pero fíjate! —explotó Francisca, indignada—. ¡Así no se hace!

El niño la miró con ojos grandes, a punto de llorar. Otro voluntario mayor intervino enseguida:

—Corre, muchacha, no pierdas energía en enfadarte. El agua cumple su función aunque no esté perfecta.

Francisca se quedó paralizada unos segundos. Miró el vaso medio lleno que aún tenía en la mano: no era perfecto, pero era suficiente para seguir. Sintió vergüenza. “¿De verdad acabo de gastar mi fuerza en protestar por esto?”

Retomó la carrera con el corazón encogido. A cada zancada comprendía mejor que su obsesión por el orden y la exactitud no siempre la ayudaba: muchas veces la desgastaba más que la propia exigencia física.

Se prometió en silencio: “No voy a dejar que un vaso derramado me arruine la carrera. Tampoco la vida.”

Y por primera vez soltó una carcajada en medio del esfuerzo, mojada y cansada, pero más ligera que antes.


📝 Consejo práctico del kilómetro 28

Acepta el vaso derramado: suficiente es suficiente.
👉 No busques perfección en todo. Aprende a valorar lo que funciona, aunque no sea impecable.



Capítulo 6: Kilómetro 35 – La sombra del cansancio

👉 La resistencia también implica soltar el orgullo.

El kilómetro 35 es famoso en toda maratón: el muro invisible donde las piernas pesan como plomo y cada paso se convierte en un acto de fe. Francisca lo sintió con toda su crudeza. Su respiración se volvió áspera, el corazón desbocado, y la energía que había presumido en la salida se transformó en un agotamiento casi insoportable.

Se negó a bajar el ritmo. “Yo no paro. Yo no soy de las que caminan.”

Pero entonces, sus rodillas empezaron a temblar y tropezó con un bordillo. Apenas pudo mantenerse en pie. Justo en ese instante, una anciana con pañuelo en la cabeza, sentada en una silla de playa junto a la acera, le gritó con una voz sorprendentemente clara:

—¡Hija, la resistencia no es orgullo! ¡Descansa un poco y luego sigue!

Francisca se estremeció. Quiso rebelarse, pero el cuerpo no le dejaba alternativa. Bajó el ritmo y caminó unos metros. Al principio se sintió derrotada, como si perder velocidad fuera perder dignidad.

Sin embargo, al permitir la pausa, su respiración se reguló, sus músculos recuperaron algo de fuerza, y la cabeza se despejó. No había fracasado: había aprendido que incluso en la resistencia había que ceder, dejar ir el orgullo de la perfección y aceptar la fragilidad.

La voz de la anciana se quedó grabada en su pecho: “La resistencia no es orgullo.” Y con esa frase, Francisca retomó la carrera, ahora más humilde, pero también más fuerte.


📝 Consejo práctico del kilómetro 35

Resistir no es aguantar a toda costa.
👉 Aprende a pausar, a pedir ayuda o a caminar un tramo: la humildad también es parte de la fuerza.



Capítulo 7: Kilómetro 42 – La meta de la claridad

👉 No corres contra los demás, corres hacia ti misma.

Las torres de Plaza España aparecieron a lo lejos como dos guardianas que custodiaban la meta. Francisca sentía cada músculo ardiendo, los pies convertidos en piedras, el sudor pegándole la camiseta al cuerpo. Pero algo dentro de ella sabía que estaba a punto de terminar no solo una carrera, sino un aprendizaje.

A su alrededor, otros corredores lloraban, levantaban los brazos o simplemente se dejaban caer. Ella, fiel a su carácter intenso, apretó los dientes y aceleró lo poco que quedaba en sus piernas.

Mientras cruzaba los últimos metros, flashes de la carrera se mezclaban en su mente: la voluntaria del agua enseñándole paciencia, la Sagrada Familia recordándole que lo grande necesita tiempo, el corredor veterano con su plátano del compromiso, el Arco de Triunfo invitándola a no ser tan literal, el vaso derramado que le mostró que la perfección agota, y la anciana que le enseñó a soltar el orgullo.

Cuando pasó por el arco de meta, levantó los brazos, no como un gesto de triunfo sobre los demás, sino como un saludo hacia sí misma. Comprendió que todo el recorrido había sido un espejo: su intensidad, su rigidez, su exigencia… y también su capacidad de aprender, de escuchar y de transformarse.

Francisca respiró hondo, dejó que las lágrimas corrieran, y murmuró en voz baja:
—No corro contra el mundo. Corro hacia mí.


📝 Consejo práctico del kilómetro 42

Celebra la meta como un inicio.
👉 Cada logro es una puerta a conocerte mejor. No se trata solo de llegar, sino de integrar lo aprendido en tu próxima carrera —y en tu próxima decisión vital.



Epílogo: La ciudad como espejo

Barcelona quedó atrás, pero seguía latiendo dentro de ella: el eco de las zancadas por la Diagonal, el murmullo del público junto al Arco de Triunfo, la sombra inmensa de la Sagrada Familia. Cada calle había sido un maestro, cada avituallamiento una lección.

Francisca comprendió que no corrió sola. Corrió con sus obsesiones, con su impaciencia, con sus enojos, con su literalidad; y también con su fuerza, su alegría y su disciplina. Todo estaba invitado a la carrera. Todo tenía un lugar en su recorrido.

La meta no fue un arco inflable en Plaza España, sino un instante de claridad: descubrir que correr no es escapar, sino encontrarse.

Miró sus medallas y pensó que no eran de metal, sino de experiencias:

  • la paciencia que hidrata,

  • la grandeza que se construye lento,

  • el compromiso que alimenta,

  • la flexibilidad que aligera,

  • la aceptación de lo imperfecto,

  • la humildad que descansa,

  • y la claridad que, al final, da sentido.

Francisca, intensa y literal, volvió a casa distinta: no menos ella, sino más completa. Porque en cada kilómetro había aprendido que la maratón verdadera no está en las calles de una ciudad, sino en el arte de correr hacia uno mismo, paso a paso, sorbo a sorbo, latido a latido.




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