¿Imaginamos mejor con los ojos abiertos o con los ojos cerrados?
Cuando alguien intenta recordar un detalle y, casi sin pensarlo, cierra los ojos, parece un gesto trivial. Pero la ciencia ha confirmado que no lo es: investigadores de la Universidad de Surrey mostraron que, al cerrar los párpados, nuestra capacidad de memoria mejora. El efecto tiene nombre —eye-closure effect— y se explica porque, al dejar de procesar estímulos visuales, el cerebro puede destinar más recursos a recuperar información sin distracciones externas. Es como si se bajara el volumen del mundo para escuchar mejor dentro.
Sin embargo, esta no es toda la historia. Porque, si miramos con atención, gran parte de nuestras fantasías, recuerdos y proyecciones cotidianas ocurren con los ojos abiertos.
La imaginación cotidiana ocurre mirando
Cuando leemos una novela, las descripciones despiertan escenas vivas en nuestra mente sin necesidad de cerrar los ojos. Cuando conversamos con un amigo y recordamos un viaje o proyectamos planes, lo hacemos mirando al interlocutor, incluso acompañando la evocación con micro-movimientos oculares. Y cuando practicamos técnicas como el palacio de la memoria, muchas personas descubren —como me ocurrió a mí— que visualizar es más fácil con los ojos abiertos, anclando las imágenes a un andamio espacial presente.
En ese sentido, imaginar con los ojos abiertos no es una excepción, sino la norma. Lo cerrado sería el artificio; lo abierto, lo natural.
Disociación o creatividad: el gesto anfibio
La imagen del niño en clase, perdido en las musarañas, mirando por la ventana, ilustra esta paradoja. ¿Está desconectado —disociado del presente— o está soñando despierto, incubando creatividad? Posiblemente ambas cosas a la vez.
El mismo gesto externo —una mirada suspendida— puede ser fuga o hallazgo, defensa o descubrimiento. A veces lo que empezó como evasión se transforma en insight, y lo que comenzó como juego se convierte en refugio. Mirar musarañas es, entonces, un gesto anfibio: lo mismo puede ser mecanismo de escape que fuente de asociaciones poéticas.
Dos caminos complementarios
Podríamos resumirlo en un mapa simple:
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Ojos cerrados: reducen ruido, concentran la atención hacia dentro, buscan precisión y nitidez en la memoria. Son útiles para recuperar detalles específicos, como testigos de un hecho.
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Ojos abiertos: mantienen la imaginación integrada en el presente, expansiva, asociativa, compartida. Son la vía natural de la lectura, la conversación y la fantasía narrativa.
Lejos de ser opuestos, ambos modos se complementan. Cerramos los ojos para afinar, abrimos los ojos para crear.
Un gesto más profundo de lo que parece
Lo fascinante es que este sencillo movimiento —parpadear y decidir si cerramos o no los ojos— conecta con tradiciones antiguas. En sociedades orales, los mitos se proyectaban sobre paisajes, montañas o estrellas. El entorno era pantalla y archivo al mismo tiempo: el cielo no se miraba para evadirse, sino para imaginar historias colectivas.
Quizás por eso, para algunos, la imaginación necesita del mundo abierto para desplegarse. Y quizás por eso también, cerrar los ojos sigue siendo una herramienta valiosa cuando queremos aislar un recuerdo concreto.
El ritmo del cuerpo y la mente
Al final, puede que no exista un único camino. En el mismo proceso de recordar o imaginar, uno puede cerrar los ojos o abrirlos, mover el cuerpo o quedarse quieto. Es la memoria, la imaginación y el propio momento los que dictan el ritmo. El gesto exterior no es casual: es parte de la danza interior de la mente.