martes, agosto 12, 2025

No tener opinión, no es no tener opinión

Vivimos en una época donde se nos empuja a opinar sobre todo. Redes sociales, conversaciones rápidas, titulares diseñados para provocar. Parece que la identidad se mide en likes, en argumentos afilados, en banderas levantadas. Pero hay un gesto silencioso que empieza a desaparecer: la decisión consciente de no tener una opinión.

Y aquí está la paradoja: no tener opinión, no es no tener opinión. Es una posición activa. Es un acto deliberado de suspender el juicio, de permitir que algo sea complejo, de darle espacio a la duda. No es pasividad: es una forma de respeto, hacia uno mismo y hacia la realidad que todavía no se deja reducir a un titular.


El espacio entre la pregunta y la respuesta

Cuando alguien dice: “No tengo opinión sobre eso”, muchas veces recibe como respuesta una acusación: indiferencia, ignorancia, falta de compromiso. Pero hay un matiz que se pierde: a veces no opinar no es desinterés, sino cuidado. Es reconocer que el mundo no cabe en una frase rápida, que todavía no tenemos todos los hilos para tejer una visión justa.

Ese vacío no es hueco: es fértil. Es el mismo espacio que existe entre inhalar y exhalar. Un lugar donde la mente observa sin apresurarse. Y en ese silencio puede nacer algo más que un argumento: puede nacer comprensión.


El músculo de la pausa

Decidir no tener opinión en un mundo que grita es un músculo que se entrena. No es rendición: es resistencia. Porque el ruido exige respuestas inmediatas, polaridades, certezas. Y el no-opinar consciente es como un faro que dice: “Estoy aquí, pero no voy a reaccionar por reflejo”.

Ese músculo de la pausa permite algo extraño: sentir antes de pensar. Habitar la pregunta sin urgencia de cerrarla. Dejar que la información decante como sedimento en el agua antes de beberla.


Cuando el silencio es una respuesta completa

No tener opinión no significa vacío. Significa escuchar más. Significa sostener la complejidad sin destruirla para meterla en una caja simple. Es mirar un tema y decir: “Ahora mismo no lo sé, y eso está bien”.

En ese “no sé” hay humildad, pero también hay fuerza. Porque requiere coraje mirar a los demás y al propio ego y declarar: “No voy a fabricar una postura solo para existir en tu mapa”.


El acto político de no-opinar

En tiempos de saturación informativa, de debates de dos minutos y verdades en formato de eslogan, no tener opinión es casi subversivo. Es negarse a ser arrastrado por la corriente de la reacción automática. Es reclamar el derecho a la complejidad.

La próxima vez que sientas la presión de decir algo, prueba el silencio. No como evasión, sino como presencia. A veces el acto más honesto no es gritar ni argumentar, sino sostener ese lugar intermedio donde la verdad todavía se está formando.

Porque no tener opinión, no es no tener opinión. Es elegir no cerrar los ojos de la mente demasiado rápido. Es dar espacio a la realidad para que hable antes que nosotros.


"Es una figura fascinante. Un entrevistador que se ha convertido en espejo y puente, más que en voz propia. Su poder no está en opinar, sino en escuchar hasta el fondo. Ha estado frente a físicos que explican el universo como una ecuación, y frente a místicos que ven el mismo universo como un suspiro divino. Ha conversado con la panadera que amasa el pan cada mañana como si moldeara la vida, con el lampista que habla de tuberías como si fueran venas de la ciudad, con la abuelita que sabe que el tiempo se mide en risas y en ollas humeantes.

Y en cada entrevista, el entrevistador no buscaba confirmar su visión, sino iluminar la del otro. Descubrió que todas las personas, incluso las que no se consideran sabias, llevan un fragmento del mundo en su manera de mirar. Su don no era sintetizar, sino dejar que la sabiduría se desplegara en su forma original, sin corregirla ni empujarla a encajar.

Cuando alguien le pedía: “Pero tú, ¿de qué lado estás? ¿La ciencia o lo sobrenatural?”, él sonreía como si hubiera escuchado una pregunta mal formulada. No porque no quisiera responder, sino porque había visto algo más profundo: que esa línea divisoria era una ilusión. Las historias que escuchó de científicos estaban llenas de misterio, y las de los místicos llenas de precisión. Los extremos se tocaban, como un círculo que se cierra.

Nunca daba su opinión no porque no la tuviera, sino porque entendía que darla sería como clausurar una ventana. Su silencio no era vacío: era respeto. Era dejar que las voces resonaran sin ser absorbidas por la suya.

Con el tiempo, la gente empezó a notar algo extraño. Ese hombre que nunca opinaba parecía tener la mirada más amplia de todas. Porque mientras el mundo corría a definirse en bandos, él estaba en ese lugar intermedio donde caben todas las preguntas y donde las respuestas nunca llegan con prisa.

Quizás su gran lección era esa: que el acto de escuchar profundamente es en sí mismo una postura, una filosofía. Y que, a veces, no dar tu opinión es la manera más honesta de mostrar que el mundo no cabe en una sola". De La Biblioteca de Marko (droga absoluta)



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