🧠 Memoria viva, cultura encarnada: Lo que olvidamos al olvidar cómo recordar
Un ensayo desde la perspectiva de Jorge Orrego psicólogo y especialista en neurodiversidad
Introducción
En un mundo donde lo que no se anota se pierde, donde confiamos más en nuestros dispositivos que en nuestra mente, la pregunta no es por qué recordamos tan poco… sino por qué dejamos de entrenar nuestra memoria. La antropóloga y campeona de memoria Lynne Kelly no solo responde a esta pregunta: la dinamita. Su propuesta —documentada en su obra Memory Craft— no es solo un compendio de técnicas, sino una arqueología viva de la inteligencia humana.
Pero ¿es posible que nuestros ancestros fueran mejores memorizadores no porque tuvieran más capacidades, sino porque vivían en culturas que entrenaban sistemáticamente la memoria como herramienta de supervivencia? ¿Y si el olvido moderno fuera una consecuencia no natural, sino cultural?
Las claves de una memoria entrenada
Kelly parte de una verdad incómoda: no nacemos con mala memoria, pero sí con malos hábitos de memorización. El olvido no es inevitable: es consecuencia de una cultura que ha delegado su saber a lo externo —la escritura, las pantallas, los motores de búsqueda— sin haber aprendido a interiorizar primero. En contraste, las culturas orales desarrollaron sofisticadas arquitecturas mentales —como los palacios de la memoria, el alfabeto visual o los bestiarios— para fijar conocimiento complejo en el cuerpo, el espacio y la imaginación.
Estas técnicas no son juegos mentales: son estrategias cognitivas basadas en neurociencia, emoción, y experiencia sensorial. La memoria mejora cuando el cerebro encuentra placer y sentido en lo que recuerda. De ahí la importancia del movimiento, el arte, la musicalidad y la narración. Para Kelly, memorizar no es almacenar: es crear vínculos. Vínculos entre conceptos, entre lugares, entre emociones, entre personas.
De la neurociencia a la sabiduría ancestral
Aquí es donde el trabajo de Kelly se conecta con investigadores como Barbara Tversky, quien demostró que nuestra cognición está profundamente ligada al espacio, o con el psicólogo Merlin Donald, que describió cómo nuestras culturas prealfabéticas usaban el cuerpo, la voz y el ritmo como soporte cognitivo.
También converge con la obra del propio Jorge Orrego Bravo, quien ha planteado que la memoria no es un archivo, sino una coreografía de imágenes, emociones y acciones en el cuerpo. En su enfoque sobre neurodiversidad, especialmente en personas con TDA-H, propone que muchas veces no se trata de un déficit de atención, sino de un desajuste entre el entorno y las estrategias de aprendizaje. Un entorno que exige linealidad y quietud a una mente que florece en el movimiento, el juego y la imagen.
Así, recuperar la memoria ancestral no es volver al pasado, sino actualizar nuestra relación con el saber. Como señala Orrego, “recordar no es mirar hacia atrás, sino volver a habitar el presente con todo el cuerpo”.
¿Qué se juega en recordar?
La memoria no es solo una herramienta para pasar exámenes o no olvidar la lista del supermercado. Es la base de la identidad, del sentido de continuidad, del aprendizaje profundo. Y cuando se entrena con arte y placer, se convierte en una forma de expandir la conciencia.
Las culturas que han sabido mantener su memoria viva —como los pueblos australianos, los andinos o los pueblos navajo— no solo preservaron datos: preservaron saberes relacionales, mapas del mundo, historias que enseñan a vivir. Hoy, esos saberes no están muertos: esperan ser activados por nosotros.
La propuesta de Jorge Orrego
Desde su experiencia clínica y educativa, Jorge Orrego Bravo propone pensar la memoria no como un lujo o una técnica más, sino como una tecnología interior sin aparatos. Recuperar la capacidad de recordar es también recuperar poder personal, autonomía cognitiva y sensibilidad cultural.
Para él, el acto de recordar es un acto de resistencia: frente a la distracción constante, frente a la saturación de datos, frente a la pasividad del espectador. La memoria viva —como la llama— es una memoria encarnada, situada, emocional, relacional.
🌀 Ejercicio práctico: “Tu casa, tu templo de memoria”
🔹 Toma un espacio real de tu casa (por ejemplo, la cocina o el pasillo).
🔹 Elige 5 lugares concretos (la puerta, una silla, una ventana, una lámpara, un cajón).
🔹 Asocia a cada lugar una imagen absurda que represente algo que quieras recordar hoy (una idea, una tarea, una palabra en otro idioma, un número, etc.).
🔹 Recorre ese espacio mentalmente cada noche durante una semana.
🔹 Observa si la información se fija mejor. Añade emoción y movimiento a cada imagen.
Con el tiempo, puedes expandir tu casa mental a tu vecindario, a un camino, a una coreografía, a una canción.
Tu memoria no está en tu cabeza: está en el mundo que habitas. Solo hay que volver a mirarlo como si fuera la primera vez.
Jorge Orrego Bravo
Psicólogo clínico, educador, y divulgador de tecnologías interiores sin aparatos. Especialista en neurodiversidad, arte de la memoria y saberes encarnados.
Desarrolla rutas cognitivas, mapas de aprendizaje multisensorial y talleres de memoria viva basados en movimiento, canto e imaginación.