lunes, diciembre 10, 2012

“¿la medicación marca realmente alguna diferencia?”


fuente

http://tdahvitoriagasteiz.com/2012/12/06/tdah-en-adultos-un-fin-de-semana-sin-medicacion/


Del blog “Tú y yo… y el TDAH”

Escrito por Gina Pera (San Francisco, EE.UU.), periodista especializada en TDAH de adultos.
Traducido por la Dra. Elena Díaz de Guereñu
La pregunta que con más frecuencia me hacen sobre el TDAH en adultos (aparte de “¿existe de verdad?”) es la siguiente: “¿la medicación marca realmente alguna diferencia?”
Yo solía ponerme a recitar datos y cifras. Se supone que la investigación científica, los ensayos “doble-ciego”… deberían convencernos de que, para las personas con TDAH, la medicación supone un cambio positivo en su vida.
Error. Después de ver un par de veces las caras de aburrimiento durante mis explicaciones, aprendí que debía responder a la pregunta contando historias de “antes y después” de la vida real de adultos con TDAH.
Como solía repetir uno de mis profesores de la facultad de periodismo: “Muestra, no expliques”. En otras palabras, no trates de convencer a tus lectores con tediosos datos y argumentos; es mejor que cuentes las cosas con detalle y dejes que ellos decidan.
Recordando esto, os ofrezco esta tragicomedia, tal como me la contó mi amigo Jason, sobre el fin de semana en que a Robert, su pareja, se le acabaron las pastillas. (No, no es una errata; Jason y Robert son dos hombres; sirva esto como recordatorio de que el efecto del TDAH en las relaciones no es algo de otro planeta y de que el TDAH no discrimina por razones de sexo, edad u orientación sexual.). Es importante señalar que Jason conoció a Robert cuando éste ya había sido diagnosticado de TDAH y comenzado a tomar medicación. De hecho, sospechaba que Robert estaba “sobrevalorando” su TDAH al tomar pastillas. Este “fin de semana perdido” le sacó de su error.
No le di mucha importancia cuando mi pareja, Robert, me dijo que había olvidado llamar a su médico y se iba a quedar sin pastillas para el fin de semana. “Las compraré el lunes, no hay problema”, dijo. Visto lo que pasó,  yo debería haberme ido a pasar el fin de semana a Las Vegas. Sólo fueron tres días sin medicación, pero la caída fue en picado.
Empecé a darme cuenta del cambio el sábado, cuando le costó tres horas comprar material de limpieza. El viernes había decidido que el domingo limpiar su despacho de casa. Por desgracia, había hecho los planes con medicación y trató de llevarlos a cabo sin ella.
El domingo, me senté a disfrutar tranquilamente de un partido de baloncesto en la tele mientras Robert limpiaba su despacho. Ocho horas después, me pidió que fuera a ver qué me parecía. Me quedé sin palabras. Efectivamente, el despacho estaba limpio, pero el pasillo estaba lleno de montañas de basura y productos de limpieza.
Luego fue a revisar su e-mail. Dos horas más tarde, a medianoche, pasé a darle las buenas noches. Me lo encontré mirando fijamente la pantalla del ordenador. Le pregunté qué le pasaba. “No lo sé”. Estaba como pasmado. Al ordenador no le pasaba nada, pero Robert no era capaz de recordar lo que iba a hacer. No fue fácil, pero finalmente reconoció que se debía a que llevaba casi dos días sin medicación.
El lunes se enteró de que no podía conseguir la receta hasta el martes. Se pasó la tarde en eBay, buscando cosas que no necesitaba. El martes por la mañana, me pidió que fuera a recoger su receta; él no podía ir al mediodía. Pero se equivocó al escribir la dirección, y al no saber el nombre del médico, no encontré su consulta.
Por suerte, él fue al salir del trabajo y consiguió la receta. ¡Pero se perdió al ir a la consulta de su propio médico! Me llamó para pedirme la dirección, hecho una furia y echándome la culpa por no haber encontrado la consulta antes. “¿Cómo?” Colgó el teléfono y dijo que volvería a llamar.
Llegó a casa dos horas más tarde. Cuando le pregunté por qué no había vuelto a llamar –yo estaba preocupado-no recordaba haber dicho que lo haría. ¿Dónde había estado estas dos horas? “De compras”. Pero lo único que llevaba en la mano era la receta. “Ah, me he dejado las cosas en el coche.” Traía comida y más productos de limpieza como los que había comprado el sábado. Ahora tenemos dos de todo, incluso de las botellas de limpiador multiusos más grandes del mundo.
Cuando conseguimos aclarar quién tuvo la culpa de que se perdiera, nos sentamos a descansar viendo la tele. Robert puso un programa sobre entrenamiento de terroristas. Con todo lo que ha sucedido con este tema, sin mencionar la tensión de los últimos tres días, no me parecía algo apropiado para descansar. “¡Es que está muy bien!”, insistió.
Después de veinte minutos viéndole “automedicarse” con víctimas de torturas sufriendo atrocidades, le dije que yo no quería ver eso, pero él se obstinó en mantenerlo. Me marché de la habitación. Él dijo: “¡Si no te gusta, cambia de canal!” Se olvidaba de que era él quien tenía agarrado el maldito mando. ¡Aaaah!
Tomó la medicación esta mañana. Espero que recupere el equilibrio rápidamente y, sobre todo, que la próxima vez recuerde conseguir su receta antes de quedarse sin pastillas. De hecho, creo que lo voy a apuntar yo en el calendario.
Y a vosotros, ¿os ha pasado algo así? ¿Tenéis historias parecidas que contar? ¿Cuál es el mayor cambio que la medicación ha producido en tu vida o la de tu pareja?