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jueves, septiembre 11, 2025

El castillo de la psicoterapia
Está hecho de palabras

La psicoterapia, en sus múltiples formas, se ha construido como un gran castillo. Sus muros se levantan con ladrillos de conceptos, teorías y diagnósticos. Freud puso las primeras piedras con sus palabras sobre el inconsciente y el deseo reprimido. Skinner reforzó los muros con vocabulario conductual: refuerzo, castigo, contingencia. Luego vinieron Rogers, Beck, Lacan y tantos otros arquitectos de este edificio simbólico, ampliando habitaciones, levantando torres, decorando pasillos. Cada escuela agregó nuevas palabras: transferencia, distorsiones cognitivas, apego, mentalización.

Pero cuando uno recorre este castillo, se da cuenta de que casi todo está hecho del mismo material: palabras. Palabras que interpretan, palabras que diagnostican, palabras que sanan… o que también pueden encerrar.

Ahora bien, ¿y si la salud mental no dependiera únicamente de estas murallas verbales? ¿Y si el cuerpo, olvidado tantas veces en la psicoterapia, fuera la verdadera piedra fundacional? Porque no se respira con palabras, se respira con pulmones. No se regula la ansiedad repitiendo un discurso, sino dejando que la respiración profunda, o incluso la respiración holotrópica, atraviese el cuerpo como un río invisible.

Caminar, correr, bailar, cantar: todas estas prácticas que parecen tan simples son, en realidad, llaves que abren puertas del castillo que las palabras nunca alcanzan a forzar. El paso rítmico del andar puede reorganizar pensamientos dispersos. La carrera puede liberar la angustia acumulada. El canto puede devolver unidad al cuerpo fragmentado por la ansiedad.

Quizás la psicoterapia necesita recordar que el castillo no flota en el aire. Está asentado sobre un suelo que es fisiológico, rítmico, carnal. Sin esa base, por más elegante que sea la arquitectura verbal, las torres se derrumban.

Tal vez el futuro de la salud mental no sea derribar el castillo de palabras, sino abrirle patios y jardines, corredores al aire libre, donde el cuerpo pueda respirar, moverse y sonar. Un castillo que no sea solo de palabras, sino también de prácticas vividas.

Un lugar donde hablar cure, sí, pero donde respirar, cantar y caminar también sean parte del tratamiento.

¿Quieres que lo desarrolle como un ensayo más largo, estilo Muy Interesante, con secciones (el castillo, los límites de la palabra, el cuerpo como cimiento, la integración posible)?

El castillo de la psicoterapia y el TDAH

Está hecho de palabras

La psicoterapia, en sus múltiples formas, se ha construido como un gran castillo. Sus muros se levantan con ladrillos de conceptos, teorías y diagnósticos. Freud puso las primeras piedras con sus palabras sobre el inconsciente y el deseo reprimido. Skinner reforzó los muros con vocabulario conductual: refuerzo, castigo, contingencia. Luego vinieron Rogers, Beck, Lacan y tantos otros arquitectos de este edificio simbólico, ampliando habitaciones, levantando torres, decorando pasillos. Cada escuela agregó nuevas palabras: transferencia, distorsiones cognitivas, apego, mentalización.

Pero cuando uno recorre este castillo, se da cuenta de que casi todo está hecho del mismo material: palabras. Palabras que interpretan, palabras que diagnostican, palabras que sanan… o que también pueden encerrar.

Y aquí aparece la paradoja del TDA-H en el adulto: muchas de las personas que lo viven ya han escuchado demasiadas palabras en su vida. Les han dicho: desorganizado, impulsivo, inconstante, poco fiable. Les han repetido etiquetas hasta que esas palabras se volvieron muros que limitan, más que puertas que liberan. En el castillo de la psicoterapia tradicional, al adulto con TDA-H se le suele ofrecer más discurso, más conversación, más explicación. Y aunque puede ser útil, rara vez basta.

Porque el TDA-H no es solo un relato psicológico: es también un modo particular de sentir, de moverse, de regular la energía. No se resuelve únicamente conversando, sino habitando el cuerpo. La dificultad de sostener la atención, la hiperactividad interna, la montaña rusa emocional: todo eso pide estrategias que trasciendan la palabra.

La respiración, por ejemplo, es un recurso inmediato y concreto. Una sesión de respiración profunda, consciente, o incluso respiración holotrópica, puede calmar la tormenta mental de una manera que ninguna explicación logra. El caminar rítmico —salir a andar con pasos medidos— reorganiza el caos interno y devuelve foco. El correr permite liberar esa energía que, en el encierro del castillo verbal, se transforma en ansiedad. El cantar regula la emoción, afina la voz interna y otorga placer inmediato.

Quizás la psicoterapia necesita recordar que el castillo no flota en el aire. Está asentado sobre un suelo que es fisiológico, rítmico, carnal. Sin esa base, por más elegante que sea la arquitectura verbal, las torres se derrumban. Y en el TDA-H adulto, esa base corporal es aún más crucial: cuando el cuerpo se regula, la mente puede sostenerse.

El futuro de la salud mental en este campo no será derribar el castillo de palabras, sino abrirle patios y jardines, corredores al aire libre, donde el cuerpo pueda respirar, moverse y sonar. Una psicoterapia donde hablar cure, sí, pero donde también respirar, correr, cantar y bailar sean parte del tratamiento.

Porque el adulto con TDA-H no necesita solo nuevas palabras para narrarse, sino nuevas prácticas para habitarse.



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