miércoles, noviembre 16, 2011

En realidad, la distracción no es otra cosa que la falta de atención. Si cuando uno deja las gafas en algún sitio fijara su atención en lo que hace, luego, cuando las necesitase, indudablemente, sabría dónde están. ¡Los diccionarios dan la palabra «preocupado» como uno de los equivalentes de «distraído», y sobre todo si tomamos la palabra «preocupado» en el sentido de «ocupado previamente», o sea, «ocupado en otra cosa», la equivalencia resulta exactísima, indiscutible. Las acciones intrascendentes que realizamos de continuo, como el dejar las cosas que tenemos entre manos, no son bastante importantes para ocupar nuestro pensamiento, con lo cual nos volvemos distraídos.

Y natural que si uno deja una cosa sin pensar, con un gesto mecánico, olvide dónde está, puesto que lo cierto es que jamás lo recordó, o lo supo. Unos momentos después de haber salido de casa es corriente que uno se pregunte si cerró o no la puerta, y la causa está en que la cerró inconscientemente, sin prestar atención a lo que hacía.

De modo, amigos míos, ¡que he resuelto ya su problema! Para evitar las distracciones piensen en lo que están haciendo. Sí, sé muy bien lo que de veras piensan ahora: «¡Caramba, ya lo sabía! ¡Si cada vez que dejo algo en un sitio o cierro la puerta, fuese capaz de fijarme en lo que estoy haciendo, no sería un distraído!» Tienen razón, pero, en este caso, ¿por qué no utilizan las asociaciones conscientes, con e! objeto de que les ayuden a recordar las cosas triviales? Pueden y saben hacerlo, y es fácil.

Por ejemplo, una cosa que nos fastidia a todos es que nos olvidamos de echar las cartas al buzón. O se olvida uno de llevárselas cuando sale de casa, o, si se las lleva, se le quedan en el bolsillo días y más días. Si quiere usted estar seguro de que se llevará las cartas al salir de casa, proceda de este modo: primero vea qué es lo último que suele hacer o ver al salir de su casa. Por mi parte, lo último que yo veo es la empuñadura de la puerta, porque siempre compruebo si la he cerrado. Y como esto es lo último que hago, establezco una asociación estrambótica entre empuñadura de la puerta y carta. Al salir de casa a la mañana siguiente y coger la empuñadura para ver si he cerrado, recuerdo la asociación estrambótica formada el día antes y me acuerdo de coger la carta. Lo último que hace usted al salir de casa puede ser otra cosa; acaso se despida de su señora, o (si es usted la señora) de su marido, con un beso... Pues bien, asocie este beso a la carta. Cuide de que la asociación resulte estrambótica e ilógica.

Y ahora, ¿cómo se asegurará usted de echar la carta al buzón? Uno de los recursos consiste en llevarla en la mano hasta que encuentre un buzón. Pero si prefiere llevarla en el bolsillo establezca una asociación entre el destinatario y el buzón de Correos. Vea la persona a la cual escribe sentada sobre el buzón, o sacando la cabeza por la rendija del mismo, etc. Si escribe a una persona a quien ya conoce bastante para verla mentalmente, emplee una palabra sustitutiva, según aprendió ya. Si escribiera a la Compañía Telefónica, asociaría usted un teléfono a un buzón. De este modo, cuando vea un buzón se acordará de que debe echar la carta. (¡Bueno, después de todo esto confío en que no habrá olvidado el pegarle un sello!)

Este recurso puede ser empleado para todas las cosas de poca monta que deba usted hacer y no quiera olvidar. Si tiene la costumbre de dejarse el paraguas en la oficina, asocie «paraguas» a lo último que hace al salir de ella. Si telefonea su esposa y le pide que al regresar a casa compre unos huevos, asocie «huevos» con la puerta de la calle, por ejemplo. Pero no, eso le expondría a no recordar el encargo hasta llegar a su casa; será mejor que asocie huevos a la tienda de comestibles, y de este modo en cuanto vea una, se acordará, entrará y los comprará.

Naturalmente, todo esto son ejemplos teóricos; en cada caso particular usted sabrá qué cosas tiene que asociar.

Llegamos ahora a las pequeñas molestias causadas por las distracciones, tales como el dejar las cosas en un sitio y después olvidar dónde están. El método para evitar esto es exactamente el mismo. Uno tiene que asociar el objeto con el sitio donde lo deja. Por ejemplo, si suena el teléfono y uno se pone el lápiz sobre la oreja, debe formar rápidamente una imagen mental con lápiz y oreja. Cuando haya hablado por teléfono y necesite el lápiz, recordará que se lo ha puesto sobre la oreja. Igualmente procederíamos para todo objeto pequeño, o para un encargo de poca importancia. Si tiene usted la costumbre de dejar las cosas en cualquier sitio, adquiera la costumbre de formar asociaciones que le recuerden dónde están.

Una de las preguntas que suelen hacerme al llegar a este punto es la siguiente: «Muy bien, pero ¿cómo recordaré el formar asociaciones para todas esas nimiedades?» La pregunta no admite sino una respuesta: al principio es preciso poner en juego un poco de fuerza de voluntad, y asegurarse de establecer las asociaciones. Cuando haya visto usted los resultados, estoy seguro de que cuidará de perseverar en la empresa y, antes de haberse dado cuenta, habrá adquirido ya el hábito.

No cabe duda alguna, este sistema ha de curar el defecto de la distracción. El motivo es obvio: con la mente en un sitio de un modo mecánico, automático, la mente le obliga a uno a pensar en lo que hace, al menos por una fracción de segundo, y con esto basta, no se precisa más. Si mientras cierra la puerta forma una asociación entre la puerta y llave, ya no es posible que la cierre mecánicamente. Y como está pensando en lo que hace, cuando más tarde se pregunte si ha cerrado la puerta, sabrá que sí. Cuando ponga el despertador, asocie el timbre con la mano, o con lo que le parezca más indicado. No importa lo que sea; lo que importa es que en aquel momento piense en lo que hace. Y de este modo se ahorrará el tener que levantarse de la cama más tarde para ver si ha puesto el despertador.